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UNA PREMISA
El decrecimiento, más que una teoría nueva, es un nombre impactante para alertar de la necesidad de un cambio. La información que utiliza es conocida desde hace tiempo, lo que aporta, tal vez, es una visión de conjunto, un espacio de confluencia, como una cuenca hidrográfica extensa que recoge ideas y prácticas "alternativas". El decrecimiento reúne conocimientos y perspectivas que son el legado de movimientos sociales y tradiciones culturales, espirituales y religiosas diversas: el movimiento de las mujeres y, en general, los movimientos de emancipación, los movimientos por la paz, los derechos civiles, la noviolencia , el movimiento ecologista, que trabaja por la protección y recuperación de la diversidad biológica y sociocultural, pero también de una visión integrada de la realidad y de la vida, los movimientos "alterglobalizador", que se oponen a la exportación a nivel mundial de una estructura de dominio, que es a la vez económico, tecnológica y mental, donde la jerarquía, el control y la competición imponen su lógica encima de cualquier otra; estas voces proponen un camino alternativo para compartir el mosaico de diversidades y hacer -una red que abarque el mundo, basada en la equidad de los intercambios y en la capacidad de cooperación ante los retos enormes a los que las sociedades humanas han de hacer frente en las próximas décadas.
Así, por un lado, se plantea la necesidad de salir de un conjunto de adicciones que generan "deudas", y por otro, se propone restablecer una serie de conexiones y arraigos, hoy en peligro, para volver a alimentar la vida. Entre estas polaridades, se abre un camino de experimentación y síntesis creativa entre lo viejo y lo nuevo, las tradiciones y las innovaciones, que no se puede agotar ni en diez ni en cien o mil puntos.
Desintoxicarse
1. Salir de la adicción energética
Gran parte de las sociedad humanas se han vuelto adictos, desde hace 150 años, a una inyección elevada y creciente de recursos energéticos, especialmente de origen fósil, el principal es el petróleo. Este es un capital energético "ahorrado" durante miles de millones de años de fotosíntesis, que nos hemos medio gastado sin pedir permiso a las generaciones futuras, y que seguimos utilizando para construir una sociedad cada vez más alejada de su viabilidad ecológica. El cambio climático es el síntoma más contundente que muestra el contrasentido de esta cultura de falsa abundancia energética, que genera una deuda ecológica que deberán pagar nuestros hijos y nietos. Se pondrá freno a este abuso, y dar pasos decididos, desde ahora y progresivamente, hacia un metabolismo social y tecnológico basado en la radiación solar-la única que recibimos de forma gratuita-y sus derivados (eólica , hidráulica, biomasas, mareas ...). Es necesario promover formas de generación distribuida de energía y políticas de ahorro, con una revisión de todas las prácticas energívoros (transporte, agricultura, etc.).
2. Salir de la adicción financiera
La desregulación de las finanzas nos ha hecho vivir los últimos cuarenta años en un estado poco menos que al.lucinatori. El espejismo del dinero fácil nos ha hecho perder el mundo de vista. Muy pocos se han aprovechado y muchos, muchísimos, han sufrido las consecuencias. La suma de abstracción y anonimato ha hecho del dinero el arma de destrucción masiva más devastadora del planeta, para que más inadvertida. En pocas décadas se ha generado una deuda astronómico, que ha llevado el sistema a su colapso y no sabemos cómo y cuándo se podrá devolver. El poder del dinero mueve las palancas del poder a menudo en formas ocultas, a través de operaciones delictivas que no dejan rastro. La actividad especulativa no añade valor sino que aumenta precios, y recaudando sin esfuerzo las rentas que otras personas han generado con trabajo e ingenio. Es necesario adoptar medidas, como la Tasa Tobin o similares, que hagan tributar la circulación del dinero en el mercado, para desincentivar las operaciones puramente especulativas. Hay que recuperar los bancos públicos el monopolio de la creación de dinero, limitando el mecanismo del multiplicador bancario que facilita la expansión incontrolada del crédito. Hay que avanzar hacia una moneda informativa y hacia un sistema económico-transparente.
3. Salir de la adicción productivista
La actividad industrial ha dejado en gran medida de ser funcional a satisfacer necesidades fundamentales y concretas. El engranaje productivista responde más bien a la necesidad de amortizar gastos y generar dividendos para los accionistas. La carrera hacia el crecimiento parece ser el único camino para alimentar este mecanismo insaciable. El circuito producción-consumo se va acelerando constantemente, gracias a la cultura del usar y tirar ya la política de la obsolescencia programada. Por otra parte, se genera al mismo tiempo la necesidades de ingresos proporcionados a la fiebre consumidora. La adicción al consumo se prolonga en la adicción al trabajo, en la dependencia del sueldo, que todavía se hace más perversa con el difundirse de actividades "autónomas", que en realidad se traducen en formas de autoesclavatge aún más alienante. Repensar la actividad productiva, sus prioridades, sus procedimientos, el ciclo de vida de los productos, los criterios de distribución ... son pasos indispensables y urgentes, igual que lo son el reparto de las horas de trabajo, la participación de los trabajadores en el empresa, o unas nuevas pautas en el consumo de manufactes, su mantenimiento, reutilización, reparación y reciclaje.
4. Salir de la adicción informativa
El imaginario ha sido y es la última frontera de un proyecto de colonización planetaria. La publicidad, los medios de comunicación, la industria del entretenimiento, han jugado un papel fundamental en decantar las preferencias del gran público hacia la simplificación y superficialidad de los mensajes. La adicción a la "noticia", es decir, a "pastillas de información" de consumo rápido, carentes a menudo de contexto y de profundidad temporal (ni antecedentes, ni consecuencias) va paralela a la pérdida de capacidad narrativa y sentido crítico. Televisión, videojuegos, imágenes sin conexión que ocupan todo el espacio perceptivo, favorecen el adviento de una sociedad más "fluida", donde se pasa del individuo a la masa sin pasajes intermedios. Se generan hábitos de participación ficticia, o bien porque directamente virtuales, sin repercusión, o bien porque reducidos esquema de la competición bipolar, que banaliza cualquier motivo, incluso serio, de conflicto. Hay que reducir la dosis de exposición a inputs informativos desconectados de la vida real de cada persona. Hay que favorecer el ejercicio del sentido crítico ante lo que nos viene de fuera y que, con promesas inverosímiles, nos manipula. En especial, hay que frenar la omnipresencia de la publicidad y encontrar formas de reglamentación de sus mensajes.
5. Salir de la adicción jerárquica
Un modelo de dominio se basa en los mitos y en la retórica de la independencia, la superioridad y el control. La geopolítica mundial sigue respondiendo a esta lógica imperial, más o menos disimulada, y no a la voluntad de gestionar en común el uso de los recursos y la solución de los problemas. Con todos los medios alimenta una especie de aspiración colectiva a liderazgos fuertes y carismáticos, a "hombres de la providencia" que nos tengan que salvar los desastres que justamente esta ansia de dominio ha generado. Y aquí es pertinente hablar de hombres, ya que este modelo tiene connotaciones históricamente masculinas. La burocratización creciente de las sociedades y de sus servicios principales (administración, salud, educación, justicia, representación política ...) visualiza una tendencia general a la cesión de las propias capacidades y responsabilidades, ya la delegación de una cuota de poder personal. Se siembra la sospecha, por otra parte, que quisieron participar en la política no sea civismo sino el síntoma de una ambición personal, y nos hacen creer que la lucha competitiva es obligada. Todos los racismos-por sexo, condición social, credo religioso o color de piel-nacen de esta cultura de la superioridad, incentivada por la mayoría de culturas. Hay que salir de este imaginario, de este modelo mental "único" y de las prácticas que genera en todas las escalas, grandes y pequeñas.
Reconectarse
6. Arraigarse en el territorio
La relocalización es la primera gran opción para reconectar a una forma de vida posible. Hay que invertir la doble tendencia de urbanización acelerada de una parte y despoblamiento del territorio por la otra. Hay que construir una nueva síntesis entre actividades primaria, secundaria y terciaria basada en el cuidado territorial y en un nuevo equilibrio de distribución de la población. El territorio debe volver a ser la fuente principal de la riqueza material y también identitaria. Reconstruir el mosaico de usos, aprovechar al máximo la actividad fotosintética, redescubrir la biodiversidad local, las rotaciones de cultivos, las complementariedades múltiples entre actividades diversas ...
7. Reencontrarse con el propio tiempo vital
Habría que tener muy clara la percepción de que el tiempo no es simplemente un contenedor anónimo y abstracto, sino también tiempo vivido, y como tal emanación de la persona, vinculado a su salud y etapas vitales. La actividad de los individuos se inscribe en este marco, por lo que habría que repensar las formas sociales de cesión del tiempo propio para garantizar las tareas colectivas y el sostentament personal y familiar. Una renta básica universal permite reconocer un valor intrínseco al hecho de ser persona y desvincular una parte de la capacidad adquisitiva de la actividad "asalariada". El tiempo necesario para la reproducción y el mantenimiento de la vida, o la participación en los asuntos colectivos recibiría de esta manera una ayuda concreto para reservarlo. También se evitan los mecanismos perversos del mercado laboral, donde la abundancia de mano de obra modifica a la baja tanto la remuneración del trabajo como sus garantías.
8. Redescubrir la dimensión comunitaria
La aceleración de los últimos 50 años ha "liquidado" estructuras sociales y formas de convivencia muy antiguas. El ser humano es un mamífero, por el que la socialidad y la identificación en un grupo tiene valor de supervivencia. El haber sustituido los "bienes relacionales" con el consumo de bienes materiales no siempre ha supuesto una mejora de nuestra existencia. El reencuentro de la socialidad y de los bienes que las personas pueden intercambiarse sin hacer uso de dinero es un paso importante en la buena dirección. Un retorno a formas de propiedad pública o comunitaria del territorio (referido a la nuda propiedad, con posible usufructo privado) permitiría dar solidez a experiencias de moneda local en beneficio de la comunidad, para favorecer intercambios dentro de un área geográfica concreta. El ámbito local también es propicio para formas de democracia más participada, con un mayor grado de consenso y de corresponsabilidad sobre el futuro colectivo.
9. Elegir la sobriedad
Con un planteamiento más sobrio, todos podríamos tener lo suficiente para vivir con satisfacción. Volver a reconocer las necesidades reales ya diferenciarlas de las necesidades falsas, es el paso previo para construir un mundo en el que podemos sentirnos prósperos sin malgastar recursos ni humillar a nadie. Es necesaria una mayor conexión entre necesidades y consumo, tanto a la hora de comprar como, también, de producir. Reorientar las prioridades productivas hacia bienes y servicios duraderos, fáciles de arreglar, de poco impacto, por mercados lo menos alejados posible, es otra de las prioridades. Esto será más fácil de realizar, si la empresa se democratiza, con una mayor implicación de los trabajadores en las decisiones de la empresa, según una lógica cercana a la del cooperativismo.
10. Reanudar al sentido
Personas y comunidades tienen otra necesidad fundamental: dar un sentido a la propia actividad y presencia en el mundo. La autodestrucción colectiva no puede ser la respuesta que buscábamos. Hay que hacer espacio, redescubrir el silencio, la quietud, la escucha, para imaginar un mundo posible donde el diálogo, la condivisió, la simplicidad, la belleza, sean la base para un nuevo equilibrio arraigado en la vida.
[Este escrito me solicitó Martí Olivella para intentar resumir la propuesta del decrecimiento en el proceso del "Consenso de Barcelona", del que es uno de los principales impulsores]
El decrecimiento, más que una teoría nueva, es un nombre impactante para alertar de la necesidad de un cambio. La información que utiliza es conocida desde hace tiempo, lo que aporta, tal vez, es una visión de conjunto, un espacio de confluencia, como una cuenca hidrográfica extensa que recoge ideas y prácticas "alternativas". El decrecimiento reúne conocimientos y perspectivas que son el legado de movimientos sociales y tradiciones culturales, espirituales y religiosas diversas: el movimiento de las mujeres y, en general, los movimientos de emancipación, los movimientos por la paz, los derechos civiles, la noviolencia , el movimiento ecologista, que trabaja por la protección y recuperación de la diversidad biológica y sociocultural, pero también de una visión integrada de la realidad y de la vida, los movimientos "alterglobalizador", que se oponen a la exportación a nivel mundial de una estructura de dominio, que es a la vez económico, tecnológica y mental, donde la jerarquía, el control y la competición imponen su lógica encima de cualquier otra; estas voces proponen un camino alternativo para compartir el mosaico de diversidades y hacer -una red que abarque el mundo, basada en la equidad de los intercambios y en la capacidad de cooperación ante los retos enormes a los que las sociedades humanas han de hacer frente en las próximas décadas.
Así, por un lado, se plantea la necesidad de salir de un conjunto de adicciones que generan "deudas", y por otro, se propone restablecer una serie de conexiones y arraigos, hoy en peligro, para volver a alimentar la vida. Entre estas polaridades, se abre un camino de experimentación y síntesis creativa entre lo viejo y lo nuevo, las tradiciones y las innovaciones, que no se puede agotar ni en diez ni en cien o mil puntos.
Desintoxicarse
1. Salir de la adicción energética
Gran parte de las sociedad humanas se han vuelto adictos, desde hace 150 años, a una inyección elevada y creciente de recursos energéticos, especialmente de origen fósil, el principal es el petróleo. Este es un capital energético "ahorrado" durante miles de millones de años de fotosíntesis, que nos hemos medio gastado sin pedir permiso a las generaciones futuras, y que seguimos utilizando para construir una sociedad cada vez más alejada de su viabilidad ecológica. El cambio climático es el síntoma más contundente que muestra el contrasentido de esta cultura de falsa abundancia energética, que genera una deuda ecológica que deberán pagar nuestros hijos y nietos. Se pondrá freno a este abuso, y dar pasos decididos, desde ahora y progresivamente, hacia un metabolismo social y tecnológico basado en la radiación solar-la única que recibimos de forma gratuita-y sus derivados (eólica , hidráulica, biomasas, mareas ...). Es necesario promover formas de generación distribuida de energía y políticas de ahorro, con una revisión de todas las prácticas energívoros (transporte, agricultura, etc.).
2. Salir de la adicción financiera
La desregulación de las finanzas nos ha hecho vivir los últimos cuarenta años en un estado poco menos que al.lucinatori. El espejismo del dinero fácil nos ha hecho perder el mundo de vista. Muy pocos se han aprovechado y muchos, muchísimos, han sufrido las consecuencias. La suma de abstracción y anonimato ha hecho del dinero el arma de destrucción masiva más devastadora del planeta, para que más inadvertida. En pocas décadas se ha generado una deuda astronómico, que ha llevado el sistema a su colapso y no sabemos cómo y cuándo se podrá devolver. El poder del dinero mueve las palancas del poder a menudo en formas ocultas, a través de operaciones delictivas que no dejan rastro. La actividad especulativa no añade valor sino que aumenta precios, y recaudando sin esfuerzo las rentas que otras personas han generado con trabajo e ingenio. Es necesario adoptar medidas, como la Tasa Tobin o similares, que hagan tributar la circulación del dinero en el mercado, para desincentivar las operaciones puramente especulativas. Hay que recuperar los bancos públicos el monopolio de la creación de dinero, limitando el mecanismo del multiplicador bancario que facilita la expansión incontrolada del crédito. Hay que avanzar hacia una moneda informativa y hacia un sistema económico-transparente.
3. Salir de la adicción productivista
La actividad industrial ha dejado en gran medida de ser funcional a satisfacer necesidades fundamentales y concretas. El engranaje productivista responde más bien a la necesidad de amortizar gastos y generar dividendos para los accionistas. La carrera hacia el crecimiento parece ser el único camino para alimentar este mecanismo insaciable. El circuito producción-consumo se va acelerando constantemente, gracias a la cultura del usar y tirar ya la política de la obsolescencia programada. Por otra parte, se genera al mismo tiempo la necesidades de ingresos proporcionados a la fiebre consumidora. La adicción al consumo se prolonga en la adicción al trabajo, en la dependencia del sueldo, que todavía se hace más perversa con el difundirse de actividades "autónomas", que en realidad se traducen en formas de autoesclavatge aún más alienante. Repensar la actividad productiva, sus prioridades, sus procedimientos, el ciclo de vida de los productos, los criterios de distribución ... son pasos indispensables y urgentes, igual que lo son el reparto de las horas de trabajo, la participación de los trabajadores en el empresa, o unas nuevas pautas en el consumo de manufactes, su mantenimiento, reutilización, reparación y reciclaje.
4. Salir de la adicción informativa
El imaginario ha sido y es la última frontera de un proyecto de colonización planetaria. La publicidad, los medios de comunicación, la industria del entretenimiento, han jugado un papel fundamental en decantar las preferencias del gran público hacia la simplificación y superficialidad de los mensajes. La adicción a la "noticia", es decir, a "pastillas de información" de consumo rápido, carentes a menudo de contexto y de profundidad temporal (ni antecedentes, ni consecuencias) va paralela a la pérdida de capacidad narrativa y sentido crítico. Televisión, videojuegos, imágenes sin conexión que ocupan todo el espacio perceptivo, favorecen el adviento de una sociedad más "fluida", donde se pasa del individuo a la masa sin pasajes intermedios. Se generan hábitos de participación ficticia, o bien porque directamente virtuales, sin repercusión, o bien porque reducidos esquema de la competición bipolar, que banaliza cualquier motivo, incluso serio, de conflicto. Hay que reducir la dosis de exposición a inputs informativos desconectados de la vida real de cada persona. Hay que favorecer el ejercicio del sentido crítico ante lo que nos viene de fuera y que, con promesas inverosímiles, nos manipula. En especial, hay que frenar la omnipresencia de la publicidad y encontrar formas de reglamentación de sus mensajes.
5. Salir de la adicción jerárquica
Un modelo de dominio se basa en los mitos y en la retórica de la independencia, la superioridad y el control. La geopolítica mundial sigue respondiendo a esta lógica imperial, más o menos disimulada, y no a la voluntad de gestionar en común el uso de los recursos y la solución de los problemas. Con todos los medios alimenta una especie de aspiración colectiva a liderazgos fuertes y carismáticos, a "hombres de la providencia" que nos tengan que salvar los desastres que justamente esta ansia de dominio ha generado. Y aquí es pertinente hablar de hombres, ya que este modelo tiene connotaciones históricamente masculinas. La burocratización creciente de las sociedades y de sus servicios principales (administración, salud, educación, justicia, representación política ...) visualiza una tendencia general a la cesión de las propias capacidades y responsabilidades, ya la delegación de una cuota de poder personal. Se siembra la sospecha, por otra parte, que quisieron participar en la política no sea civismo sino el síntoma de una ambición personal, y nos hacen creer que la lucha competitiva es obligada. Todos los racismos-por sexo, condición social, credo religioso o color de piel-nacen de esta cultura de la superioridad, incentivada por la mayoría de culturas. Hay que salir de este imaginario, de este modelo mental "único" y de las prácticas que genera en todas las escalas, grandes y pequeñas.
Reconectarse
6. Arraigarse en el territorio
La relocalización es la primera gran opción para reconectar a una forma de vida posible. Hay que invertir la doble tendencia de urbanización acelerada de una parte y despoblamiento del territorio por la otra. Hay que construir una nueva síntesis entre actividades primaria, secundaria y terciaria basada en el cuidado territorial y en un nuevo equilibrio de distribución de la población. El territorio debe volver a ser la fuente principal de la riqueza material y también identitaria. Reconstruir el mosaico de usos, aprovechar al máximo la actividad fotosintética, redescubrir la biodiversidad local, las rotaciones de cultivos, las complementariedades múltiples entre actividades diversas ...
7. Reencontrarse con el propio tiempo vital
Habría que tener muy clara la percepción de que el tiempo no es simplemente un contenedor anónimo y abstracto, sino también tiempo vivido, y como tal emanación de la persona, vinculado a su salud y etapas vitales. La actividad de los individuos se inscribe en este marco, por lo que habría que repensar las formas sociales de cesión del tiempo propio para garantizar las tareas colectivas y el sostentament personal y familiar. Una renta básica universal permite reconocer un valor intrínseco al hecho de ser persona y desvincular una parte de la capacidad adquisitiva de la actividad "asalariada". El tiempo necesario para la reproducción y el mantenimiento de la vida, o la participación en los asuntos colectivos recibiría de esta manera una ayuda concreto para reservarlo. También se evitan los mecanismos perversos del mercado laboral, donde la abundancia de mano de obra modifica a la baja tanto la remuneración del trabajo como sus garantías.
8. Redescubrir la dimensión comunitaria
La aceleración de los últimos 50 años ha "liquidado" estructuras sociales y formas de convivencia muy antiguas. El ser humano es un mamífero, por el que la socialidad y la identificación en un grupo tiene valor de supervivencia. El haber sustituido los "bienes relacionales" con el consumo de bienes materiales no siempre ha supuesto una mejora de nuestra existencia. El reencuentro de la socialidad y de los bienes que las personas pueden intercambiarse sin hacer uso de dinero es un paso importante en la buena dirección. Un retorno a formas de propiedad pública o comunitaria del territorio (referido a la nuda propiedad, con posible usufructo privado) permitiría dar solidez a experiencias de moneda local en beneficio de la comunidad, para favorecer intercambios dentro de un área geográfica concreta. El ámbito local también es propicio para formas de democracia más participada, con un mayor grado de consenso y de corresponsabilidad sobre el futuro colectivo.
9. Elegir la sobriedad
Con un planteamiento más sobrio, todos podríamos tener lo suficiente para vivir con satisfacción. Volver a reconocer las necesidades reales ya diferenciarlas de las necesidades falsas, es el paso previo para construir un mundo en el que podemos sentirnos prósperos sin malgastar recursos ni humillar a nadie. Es necesaria una mayor conexión entre necesidades y consumo, tanto a la hora de comprar como, también, de producir. Reorientar las prioridades productivas hacia bienes y servicios duraderos, fáciles de arreglar, de poco impacto, por mercados lo menos alejados posible, es otra de las prioridades. Esto será más fácil de realizar, si la empresa se democratiza, con una mayor implicación de los trabajadores en las decisiones de la empresa, según una lógica cercana a la del cooperativismo.
10. Reanudar al sentido
Personas y comunidades tienen otra necesidad fundamental: dar un sentido a la propia actividad y presencia en el mundo. La autodestrucción colectiva no puede ser la respuesta que buscábamos. Hay que hacer espacio, redescubrir el silencio, la quietud, la escucha, para imaginar un mundo posible donde el diálogo, la condivisió, la simplicidad, la belleza, sean la base para un nuevo equilibrio arraigado en la vida.
[Este escrito me solicitó Martí Olivella para intentar resumir la propuesta del decrecimiento en el proceso del "Consenso de Barcelona", del que es uno de los principales impulsores]