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segunda-feira, 17 de setembro de 2012

Yayo Herrero : Con los ojos abiertos. Una mirada para cambiar de disco

Dice Jorge Riechmann en un poema titulado Con los ojos abiertos:

“Quiero ver todo lo que va a venir (…) quiero estar en la calle / dentro del laberinto / amaestrando el hambre y la angustia / sin ovillo de hilo y con los ojos abiertos”.

Mirar lo que nos está viniendo en los últimos meses no es fácil. La ofensiva neoliberal sobre todos los aspectos que afectan a la vida de las personas es brutal. En apenas unas semanas vemos desintegrarse delante de nosotras una buena parte de las conquistas sociales que ha costado siglos construir.

Los llamados recortes sociales son verdaderas amputaciones de las condiciones básicas de humanidad. Es la destrucción de los resquicios de reciprocidad, de los escasos retazos de solidaridad que permiten que seamos sociedad.

Mirar dónde estamos hoy es realizar un imprescindible ejercicio de amargura. Imprescindible, porque sin realizarlo, no es posible atisbar las pautas que nos permitan establecer salidas viables, porque sin abarcar la magnitud de la devastación no es posible acumular la fuerza necesaria para resistir y construir.

Con los ojos abiertos y mirando desde diferentes rincones podemos construir un relato que nos permita entender por qué vivimos en un mundo que le ha declarado la guerra a la vida y quiénes son los que han dado la orden de abrir fuego.

Para ello, es preciso salir de la respuesta a cada golpe concreto y tratar de comprender globalmente qué está pasando. Confrontar con cada medida neoliberal concreta es difícil. Este sistema necesita un órdago, ya no valen pequeñas victorias parciales, aunque no hay que despreciarlas.

Volver a las preguntas básicas. ¿Quiénes somos? ¿Qué sostiene nuestra vida? ¿Qué necesitamos? ¿Cómo podemos producirlo para todos y todas? ¿Cómo nos organizamos?

Mirar con nuestros propios ojos dónde queremos y podemos estar es un ejercicio de esperanza porque no es cierto que no haya alternativas, sólo nos falta construir poder colectivo para construirlas y para parar a ese 1% que sacrifica todo lo vivo en los altares de la acumulación.

SOMOS EN UN MUNDO CON LÍMITES Y RESTRICCIONES

Si nos preguntamos de qué depende la vida humana, nos encontramos de inmediato con dos importantes dependencias materiales.

En primer lugar, dependemos de la naturaleza. Somos parte de la naturaleza. Respiramos, nos alimentamos, excretamos y somos en la naturaleza. Sin embargo, las sociedades occidentales son prácticamente las únicas que establecen una ruptura radical entre naturaleza y cultura; son las únicas que elevan una pared entre las personas y el resto del mundo vivo.

Comprender la cultura y la naturaleza en términos de opuestos impide comprender que destruir o alterar de forma significativa la dinámica que regula lo vivo, pone en riesgo la vida humana.

La dependencia ecológica nos sume de lleno en el problema de los límites. Vivimos en un mundo que tiene límites ecológicos. Aquello que es no renovable tiene su límite en la cantidad disponible, ya sean los minerales o la energía fósil. Pero incluso aquello renovable también tiene límites ligados a la velocidad de regeneración. El ciclo del agua, por ejemplo, no se regenera a la velocidad que precisaría un metabolismo urbano-agro-industrial enloquecido. Se renueva a la velocidad que los miles de millones de años de evolución natural han determinado. Tampoco la fertilidad de un suelo se regenera a la velocidad que quiere el capitalismo global; se regenera al ritmo marcado por los ciclos de la naturaleza.

En estos momentos el metabolismo económico ha superado totalmente los límites del planeta. Hoy, ya no nos sostenemos globalmente sobre la riqueza que la naturaleza es capaz de regenerar, sino que directamente se están menoscabando los bienes fondo que permiten esa regeneración.

En cuanto a la segunda dependencia humana, hay que decir que somos seres profundamente interdependientes. Desde el nacimiento hasta la muerte las personas dependemos materialmente de tiempo que otras nos dedican. Somos seres encarnados en cuerpos vulnerables que se enferman y envejecen y la supervivencia en soledad es sencillamente imposible. Dice Santiago Alba en El naufragio del hombre, que hasta para amarse a sí mismas las personas necesitan hacerlo a través de una instancia colectiva, de una comunidad social, política y cultural elaborada mediante una acción compartida.

En términos de vida humana, los límites los marca nuestro cuerpo, contingente y finito. El sistema capitalista vive de espaldas a este hecho y considera el cuerpo como una mercancía más. “Siempre tiene que estar nuevo y flamante” (Alba, 2010). Y si no se asume la vulnerabilidad de la carne y la contingencia de la vida humana, mucho menos se reconocen aquellos trabajos que se ocupan de atender a los cuerpos vulnerables, realizados mayoritariamente por mujeres. No porque estén mejor dotadas genéticamente para hacerlos, sino por el rol que les impone el patriarcado en la división sexual del trabajo.

El sistema capitalista y la ideología neoliberal viven de espaldas a ambos tipos de dependencias e ignoran los límites o constricciones que éstas imponen a las sociedades. Operan como si la economía flotase por encima de los cuerpos y los territorios sin depender de ellos y sin que sus límites les afecten. La economía feminista señala que existe una honda contradicción entre la reproducción natural y social y el proceso de acumulación de capital (Piccio, 1992).

Compatibilizar la reproducción social y el mantenimiento de la vida con la acumulación creciente ha sido difícil siempre, el movimiento obrero, el ecologismo y el feminismo pueden dar testimonio de ello, pero cuando hablamos de un planeta parcialmente devastado y de una cantidad creciente de personas que son residuos para el sistema, es ya imposible. Ambas prioridades no pueden convivir a la vez. Si los mercados no tienen como principal objetivo satisfacer las necesidades humanas, no tiene sentido que se conviertan en el centro privilegiado de la organización social.

A partir de esta crisis económico-financiera que estallaba en 2007 y que mostraba los burdos costurones que sostienen ese sistema que se autopresenta como infalible y ante el que no hay alternativa, estamos viviendo la aplicación de lo que Naomi Klein denominaba hace unos años la Doctrina del Shock. Una aplicación que hasta ese momento sólo habíamos visto a través de las pantallas y en otros países pensando que eso nunca se iba a producir en medio de la civilizada Europa.

Las sociedades supuestamente democráticas están recibiendo una serie de golpes tan brutales y rápidos, están encarando unos hechos tan terribles, que las personas se aturden y no son capaces de calibrar el alcance de lo que está sucediendo. Ante esta pérdida del relato, de la mínima racionalidad con que comprendemos lo que pasa, el capitalismo se aprovecha para tratar de quebrar todo aquello que le pone algún tipo de freno, incluida la capacidad de construir una explicación y un proyecto alternativo.

UN GOLPE DE ESTADO GLOBAL

La forma actual que ha tomado el capitalismo es diferente de los modelos clásicos de producción y distribución que tenía el capitalismo clásico y desbarata todo lo que se había definido como estado social.

El hecho de que el sistema financiero ofrezca mayores rentabilidades a los capitalistas que el sistema productivo ha convertido la economía en un proceso loco en el que lo único que importa es producir capital para producir más capital. “Lo de menos es si por el camino se resuelven algunas necesidades” (Fernández Liria, 2010).

El capitalismo clásico ignoraba los límites ecológicos y la dependencia de los trabajos no remunerados en los hogares, pero esta nueva dimensión sigue ignorando las mismas cosas y ha ahondado y acelerado vertiginosamente el proceso de destrucción.

Si miramos lo que está pasando, nos encontramos con una situación francamente inquietante. En apenas un año, hemos visto volatilizarse muchos de los elementos constitutivos del estado de derecho.

Después del estallido financiero lo que se produce es una ruptura en el proceso de acumulación y de valorización de capital en los circuitos financieros. Era una crisis fundamentalmente del capital. Es la presión de los mercados ante su crisis la que obliga a poner en marcha una serie de políticas que permitieran regenerar rápidamente las tasas de ganancia. Y son estas políticas de recuperación de la ganancia las que implican un ataque masivo a las condiciones de vida. Tal y como señala Amaia Pérez Orozco, se colectivizan los riesgos para el capital, mientras que se recluyen, se privatizan en los hogares los riesgos para la vida.

Los golpes se suceden velozmente y como dice, hasta con un toque de chulería, el presidente de gobierno “cada viernes habrá nuevos recortes”. Apenas somos capaces de darnos cuenta de cuánto perdemos en esta sucesión de declaraciones que abren decenas de frentes en los que manifestarse y resistir.

Fue premonitoria aquella Directiva de la Vergüenza que permitía recluir a las personas migrantes que no tuvieran papeles. Hemos visto aterrados cómo deja sin atención sanitaria a 150.000 personas migrantes, cómo se pretende que aquellos jóvenes de más de 26 años que no hayan cotizado tampoco tendrán derecho a sanidad pública.

Se ha dinamitado la negociación colectiva y cada persona que trabaja debe negociar individualmente con la persona que le emplea. Con esto se rompe una de las mayores conquistas que habían logrado las luchas obreras.

Hemos visto cómo en Grecia o Italia han llegado a los gobiernos tecnócratas de Goldman Sachs que han entrado por la puerta de atrás. Sin ni siquiera participar en la parte más ceremonial de la democracia.

Se esgrimen criterios de austeridad (en realidad una llamada a la resignación ante el expolio) y se culpabiliza a una sociedad “que vivió por encima de sus posibilidades”. Se aprovecha para recuperar un añejo discurso de la domesticidad y el feminismo y el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, se convierten en movimientos e ideas a criminalizar.

Entidades como las Agencias de Rating, privadas y fuera de cualquier control democrático, califican, basándose en criterios oscuros, el riesgo o solvencia de un país. La deuda de un estado pasa de solvente a insolvente de un día para otro y se convierte en un elemento de especulación.

Que se reforme la Ley Laboral, se recorte la ya raquítica Ley de Dependencia, que suban las tasas universitarias o se deteriore la calidad de la educación pública, depende de una esotérica prima de riesgo cuyo designio escapa al control de ningún gobierno democrático.

Muchas de las medidas anteriores se han tomado con la excusa de crear empleo, pero el hecho real es que el número de personas paradas no deja de crecer y se percibe la aparición de mecanismos de “luchas entre pobres”: personas precarias o paradas perciben como privilegiadas a aquellas que todavía tienen un contrato decente y un salario digno.

Y por si alguien pretende oponerse a estas medidas brutales, también se pretende modificar el Código Penal, de modo que la resistencia pacífica, la huelga o la protesta se conviertan en delito. Se trata de que tengamos miedo de confrontar y de que nos tengamos miedo entre nosotros, de crear la idea del “otro” violento que impida sumar poder colectivo. Parece que, como dice Fernández Liria, “para dar libertad al dinero hay que encarcelar a la gente”.

LOS ELEMENTOS INVISIBLES DE LA CRISIS

Debajo de la crisis financiera se ocultan varias dimensiones de la crisis que son estructurales y que deben estar presentes en los análisis si queremos hacer propuestas viables. Vamos a referirnos de una forma muy somera a la crisis ecológica y a la crisis de cuidados.

LA CRISIS ECOLÓGICA

En el plano ecológico, podría decirse que también se ha dado un golpe de estado en la Biosfera. Los ecosistemas han sido condenados a trabajos forzados al servicio, no del mantenimiento de la vida, sino de la acumulación.

Nos encontramos en primer lugar con la crisis energética. Incluso instituciones perfectamente alineadas con el sistema como la Agencia Internacional de la Energía (AIE) reconoce que en 2006 se alcanzó lo que se denomina el pico del petróleo, ese momento en el que se han extraído la mitad de las reservas existentes de petróleo convencional. A partir de ese momento cada año se ha venido extrayendo un 6% menos que el año anterior.

¿Qué implicaciones tiene que se esté agotando el petróleo en un mundo que podría decirse que “come” petróleo? Obviamente las consecuencias son de una dimensión enorme.

Los países denominados enriquecidos han perdido su soberanía energética. Son absolutamente dependientes de las materias primas que vienen de terceros países. Si se pusieran fronteras a las materias primas del mismo modo que se le ponen a las personas migrantes, nos encontraríamos con que las economías ricas no aguantarían mucho tiempo, porque aquello de lo que nos alimentamos, lo que sostiene nuestro sistema de distribución de bienes y servicios, las canalizaciones de suministros básicos, lo que nos viste, lo que nos mueve, depende del petróleo y viene de fuera.

Pensemos, por ejemplo, en una ciudad como Madrid, donde no se produce absolutamente nada que sirva para estar vivo, donde todo lo que necesitamos entra en la ciudad en camiones o a través de canales. Las personas recorren cada día decenas de kilómetros para ir a trabajar, a cuidar a sus familiares, o hacer la compra. Hay personas, incluso, que van y vienen todos los días desde Toledo, Cuenca o Valladolid... El sistema de movilidad es una absoluta locura que funciona sólo porque existe energía fósil barata.

Ante esta hecatombe, resurge el sueño nuclear. A parte de la peligrosidad de las instalaciones de producción de energía nuclear y los residuos que se generan y que continúan siendo peligrosos varios miles de años después, existe otro problema estructural. La energía nuclear depende del uranio, otro recurso no renovable. El pico del uranio está calculado para dentro 50-60 años, aunque algunos sectores más optimistas hablan de la existencia de reservas para 200 años, en ambos casos al ritmo de consumo actual. Huelga decir que si actualmente la producción de energía nuclear satisface aproximadamente el 2% del consumo energético, aumentar hasta un inimaginable 20% supondría en el caso de la previsión más optimista el colapso por inanición de combustible de las centrales nucleares en 20 años. Eso sí, después de haber dejado el planeta lleno de centrales peligrosas y de residuos que deberían ser gestionados los próximos milenios.

¿Qué nos queda entonces? Nos quedan las energías renovables y limpias, esas a las que el gobierno español les ha aplicado una moratoria.

Las renovables pueden dar satisfacción a las necesidades humanas, pero no con los niveles de consumo que tenemos hoy, y menos en el marco de sociedades que pretendan seguir creciendo. Basar la vida en la energía renovable y limpia no da para vuelos low-cost, no da para consumos individualizados y generalizados, por ejemplo, de aire acondicionado, no da para un uso generalizado de coche privado, no da para comer carne todos los días de la semana... Da para mantener niveles de vida dignos, pero mucho más austeros en lo material.

Es decir, que tenemos un problema estructural bastante gravey los gobiernos de momento parece que no tienen ningún plan B. Y lo único que sugieren es una huida hacia delante.

Un segundo problema ecológico central es el Cambio Climático, que ha desaparecido de las agendas políticas y mediáticas. El calentamiento global que causa un metabolismo agro-urbano-industrial sostenido sobre las energías fósiles está provocando una alteración global de los regímenes de precipitaciones (cantidad de lluvias, distribución, fenómenos catastróficos), de las dinámicas de las aguas marinas (nivel, temperatura, corrientes), de las interacciones que se dan en los ecosistemas, además de una diferente distribución de tierras y mares por el ascenso del nivel del mar.

La subida rápida de la temperatura media del planeta influye en los ciclos de vida de muchos animales y plantas que, sin tiempo para la readaptación, serán incapaces de alimentarse o de reproducirse. También supone la reaparición de enfermedades ya erradicadas de determinadas latitudes. La alteración del régimen de lluvias implica sequías y lluvias torrenciales que dificultan gravemente la supervivencia de las poblaciones que practican la agricultura y ganadería de subsistencia. El deshielo de los polos derivará en la inundación progresiva de las costas y la pérdida de hábitat de sus pobladores. La reducción de las poblaciones de determinadas especies animales y vegetales repercute en la supervivencia de otras especies dependientes de estas, y la cadena de interdependencias arrastra a todo su ecosistema. Estos cambios dificultan la producción de alimentos para los seres humanos.

De no reducir de una forma significativa las emisiones de gases de efecto invernadero la situación puede ser dramática. Pero una reducción significativa de emisiones en los países más ricos, que son los que más emiten y mayor responsabilidad histórica tienen, significa un cambio importante en los modos de producción, las tasas de ganancia, el consumo, el comercio y la movilidad en estos países. No es de extrañar que al mismo tiempo que los países pertenecientes a la Unión Europea aprueban drásticos recortes sociales para transferir riqueza de las personas a los capitalistas, en la Cumbre del Clima de Durban, los países más contaminantes se negasen a reducir sus emisiones, aunque eso ponga en una situación tremendamente vulnerable a muchas personas en los países de la periferia.

El panorama de deterioro global se completa si añadimos el aumento de incertidumbre que suponen la proliferación de la industria nuclear, la comercialización de miles de nuevos productos químicos al entorno que interfieren con los intercambios químicos que regulan los sistemas vivos, la liberación de organismos genéticamente modificados cuyos efectos nocivos cada vez están más documentados o la experimentación en biotecnología y nanotecnología cuyas consecuencias se desconocen.

La crisis ecológica también tiene su expresión en el ámbito social. El sistema económico basado en el crecimiento continuado se ha mostrado incapaz de satisfacer las necesidades vitales de la mayoría de la población. Hasta el presente los sectores sociales con más poder y más favorecidos han podido superar los límites de sus propios territorios recurriendo a la importación de biodiversidad y “servicios ambientales” de otras zonas del mundo poco degradadas y con abundancia de recursos. Pero esto está dejando de ser así, y estas áreas también se comienzan a deteriorar, agravando la situación de las poblaciones más empobrecidas del mundo que llevan ya décadas sufriendo esta guerra ambiental encubierta.

Son más conocidos los datos que muestran las enormes desigualdades sociales entre el centro y la periferia en términos de renta. Pero las diferencias en términos físicos son también enormes.

La sexta parte de la población mundial, principalmente ubicada en los países enriquecidos, consume el 80% de los recursos disponibles, mientras que los 5/6 restantes utilizan el 20% restante de los recursos.

Según el informe Planeta Vivo (WWF, 2010: 38-39), se calcula que a cada persona le corresponden alrededor 1,8 hectáreas globales de terrenos productivos por persona. Pues bien, la media de consumo mundial supera las 2,2 hectáreas y este consumo no es homogéneo. Mientras que en muchos países del Sur no se llega a las 0,9 hectáreas, la ciudadanía de Estados Unidos consume en promedio 8,2 has per capita, la canadiense 6,5, y la española unas 5,5 hectáreas.

Si toda la población del planeta utilizase los recursos naturales y los sumideros de residuos como la media de una persona española, harían falta más de tres planetas para poder sostener ese estilo de vida. Es la tónica de cualquier país desarrollado y pone de manifiesto la inviabilidad física de extender este modelo a todo el mundo.

El deterioro ambiental impacta de lleno en las comunidades humanas y sus modos de vida. En todos los lugares del mundo la irracional y creciente explotación de los recursos naturales no sólo da origen a problemas ambientales, sino también a numerosos y gravísimos conflictos sociales que Martínez Alier (2004) ha caracterizado como conflictos ecológico distributivos.

Los impactos físicos y sociales de estos conflictos han conducido a acuñar el concepto de deuda ecológica (Martínez Alier, 2004) para reflejar la desigual apropiación de recursos naturales, territorio y sumideros por parte de los países enriquecidos. Estos países habrían contraído una deuda física con los países empobrecidos al superar las capacidades de sus propios territorios y utilizar el resto del mundo como mina y vertedero.

LA CRISIS DE CUIDADOS

Del mismo modo que los materiales de la corteza terrestre son limitados y que la capacidad de los sumideros para absorber residuos no es infinita, los tiempos de las personas para trabajar tampoco lo son. Si la ignorancia de los límites biofísicos del planeta ha conducido a la profunda crisis ecológica que afrontamos, la ignorancia de la interdependencia a la que hacíamos referencia al comienzo de este texto y los cambios en la organización de los tiempos que aseguraban la atención a las necesidades humanas y la reproducción social, también ha provocado lo que se ha denominado “crisis de los cuidados”.

Por crisis de los cuidados entendemos “el proceso de desestabilización de un modelo previo de reparto de responsabilidades sobre los cuidados y la sostenibilidad de la vida, que conlleva una redistribución de las mismas y una reorganización de los trabajos de cuidados” (Pérez Orozco, 2007: 3 y 4).

En primer lugar destaca el acceso de las mujeres al empleo remunerado dentro de un sistema patriarcal. La posibilidad de que las mujeres sean sujetos políticos de derecho se percibe como algo vinculado a la consecución de independencia económica a través del empleo. Sin embargo, el trabajo doméstico no es un trabajo que pueda dejar de hacerse y el paso de las mujeres al mundo público del empleo no se ha visto acompañado por una asunción equitativa del trabajo doméstico por parte de los varones.

Dado que es un trabajo del que depende el bienestar de muchas personas y que no puede dejar de hacerse, y que los hombres no se responsabilizan de él, las mujeres acaban asumiendo dobles o triples jornadas y ajustando las tensiones de un sistema económico que se aprovecha de ese trabajo, pero que no lo reconoce.

El envejecimiento de la población, la destrucción de espacios públicos para el juego y la necesidad de supervisar el juego en la calle, las transformaciones urbanísticas y el crecimiento desbocado de las ciudades; la precariedad laboral que obliga a plegarse a los ritmos y horarios que impone la empresa y la pérdida de redes sociales y vecinales de apoyo, ha agravado las tensiones entre el mundo público de los mercados y el mundo privado de los hogares cara a gestionar el bienestar cotidiano y a resolver los problemas de reproducción social.

Los recortes sociales que estamos viviendo agravan enormemente esa situación.

Cuando el gobierno decide recortar en sanidad, congelar las dotaciones de la ley de dependencia, recortar los salarios, favorecer el despido, permitir los desahucios...

¿Dónde recaen las consecuencias de esos recortes? Aquello que los servicios públicos dejan de cubrir y que corresponde a necesidades vitales, de vivienda, de cuidados, de salud, etc., cae de lleno en los hogares. Y en los hogares nos encontramos con las corporaciones del patriarcado, que son las familias. En las familias patriarcales son las mujeres quienes asumen mayoritariamente las tensiones y una buena parte de los recortes que se están produciendo en estos momentos. No es casualidad, que cuando lo que ha aumentado fundamentalmente, sobre todo al principio del estallido de la crisis, es el paro masculino, las encuestas de uso del tiempo muestren que con los maridos en casa, el tiempo de trabajo doméstico de las mujeres aumenta. Los hombres se quedan parados pero no asumen el trabajo del hogar y son ellas las que cargan con la mayor parte de las tensiones que provoca la precariedad vital.

ALGUNAS CLAVES PARA ORIENTAR BIEN EL CAMINO

El ejercicio de amargura que hemos realizado nos muestra un escenario en el que el proceso emancipador y la transformación social no es fácil, pero también nos muestra caminos que, a nuestro juicio, son imprescindibles para orientar la acción.

CON LAS REGLAS DE JUEGO DEL CAPITALISMO NO HAY SOLUCIÓN...

Estamos atrapados en un sistema que cuando crece devasta y cuando no crece, también. No tenemos más que ver lo que pasó entre 1994 y 2007, el período de crecimiento económico. En ese período de euforia económica los salarios descendieron una media de un 15%. No en todos los sectores se perdió, pero en términos de media los salarios descendieron.

En 1994 de cada 100 euros, hablamos de media, que recibía una persona remunerada, estaba endeudada por valor de 60. Después del período dorado, cuando en 2007 explota la burbuja inmobiliaria nos encontramos con el panorama que describimos a continuación:

De cada 100 euros que tenía una persona remunerada, estaba endeudada por valor de 140. El litoral español estaba mayoritariamente cementado y “adornado” con unas casas que tienen un nivel de ocupación medio de 22 días al año. Ese proceso urbanizador ha destruido la costa irreversiblemente, y salvo que se demuela y se deje pasar mucho tiempo la costa no tiene arreglo; se han construido aeropuertos que no se usan y hacen perder dinero; trenes de alta velocidad que no pueden alcanzar la velocidad máxima porque la distancia entre las estaciones no lo permite y que tienen una fluencia escasísima; se han instalado campos de golf en zonas de fuertes sequías, justo en uno de los países a los que el Cambio Climático le va a afectar más la disponibilidad de agua; el modelo orientado a la construcción masiva de segundas residencias que iban a generar tantos puestos de empleo ha sido un fiasco y es precisamente en las regiones que abrazaron ese dogma con más fe en donde el paro azota con más virulencia...

Es decir, le hemos llamado crecimiento económico y progreso a un proceso que en realidad ha sido de expolio, de apropiación de los ahorros que tenían las personas y de dejarlas endeudadas los próximos 40 años. La sociedad supuestamente beneficiada de este crecimiento alimentaba la ilusión de sentirse inversionista. La gente se endeudaba para los próximos 40 años y se creía que invertía, cuando en realidad una minoría invertía y ha salido muy reforzada de esta crisis, y el resto lo que hacía era endeudarse, desclasarse y convertirse en esclavos.

Por tanto, nuestro sistema cuando crece, destruye, en lo social y en lo ambiental.

Pero este sistema cuando no crece también devasta. Y ahora cuando se desploma todo el sistema económico, esas personas endeudadas y muchas de ellas sin empleo, quedan en una situación absolutamente vulnerable en lo material y profundamente aturdidas y desorientadas porque no entienden nada de lo que está pasando.

Por tanto, desde nuestra perspectiva, el primer elemento que debe orientar la reflexión es que las soluciones no las vamos a encontrar dentro de este sistema. En un sistema que si crece, destruye; y si no crece, también. El 15 M lo expresaba bien cuando en las pancartas decían: “Ni cara A, ni cara B. Queremos cambiar de disco”.

El capitalismo es un sistema que invierte muchísimos recursos en autopresentarse como eterno e inevitable. “No hay alternativa”. Arropado por una tecnociencia desvinculada de la ética, formula el progreso como la superioridad sobre la naturaleza y las personas de las que, sin embargo, depende. Este autorrelato mítico es lo que permite ocultar y a la vez acelera el camino hacia el colapso natural y antropológico.

Pero el capitalismo no es una ley natural. No siempre se vivió así, más bien es un leve parpadeo en la historia de los seres humanos. Y ni siquiera se vive bajo la lógica capitalista en todo el mundo. Las relaciones en los hogares no son capitalistas, ni persiguen la maximización del beneficio (sin obviar el hecho de que se basan en la lógica de dominación patriarcal), tampoco son capitalistas las relaciones que mantienen muchos pueblos todavía hoy en el mundo.

El capitalismo no es como las leyes de la termodinámica o el hecho insoslayable de que el planeta tenga límites, es una construcción social y como tal se puede cambiar.

...Y PODEMOS EMPEZAR A CONSTRUIR OTRAS REGLAS DESDE YA

No es condición imprescindible -aunque ayudaría, tener el poder para poder construir otros proyectos y lógicas alternativas. En nuestra opinión la dicotomía estanca entre planificación política-económica y autogestión es estéril e innecesaria.

Parece evidente que afrontar problemas como el cambio climático, el declive energético o la deuda ecológica requiere articular políticas democráticas coordinadas. Darle la vuelta al modelo energético en las grandes urbes o proporcionar alimentos a toda la población del planeta en escenarios de transición hacia la sostenibilidad requiere planificar y tener una dimensión global de las necesidades que hay que satisfacer y de los recursos que existen para satisfacerlas.

Esta constatación, sin embargo, no se contrapone y de hecho es sinérgica y complementaria con la existencia, y necesidad, de una gran cantidad de iniciativas alternativas autogestionadas que en los últimos años han ido surgiendo con mucha fuerza.

Las cooperativas de consumo agroecológico resuelven hoy las necesidades de alimentación de varias decenas de miles de personas en el Estado español. Son testimonio evidente de la posibilidad de superar las ficticias divisiones entre campo y ciudad; de la capacidad de hacer política de un hecho básico como es la alimentación; rompen la lógica capitalista que ha convertido la agricultura en una actividad dependiente de subvenciones; instala una cultura de la alimentación que respeta los ritmos de la naturaleza; aglutina personas que se organizan en los barrios para participar e incidir...

Las iniciativas basadas en las finanzas éticas, como Coop 57, educan sobre el dinero y el papel que debe jugar. Consiguen financiar proyectos de la economía solidaria y canalizan el ahorro de personas hacia actividades productivas socialmente necesarias. Crean formas democráticas de organizar las finanzas...

Las redes de cuidados compartidos permiten hacer colectivo el cuidado de la vida humana, sacándolo del mundo estrictamente privado de los hogares y haciendo de él una responsabilidad social...

Las okupaciones o la oposición a los desahucios llaman la atención sobre la atrocidad de una propiedad privada ligada a la acumulación y sobre el necesario debate social que cuestione una propiedad que no esté ligada al uso. La reflexión en torno a la vivienda, en un estado lleno de casas vacías, puede conducir a la elaboración de propuestas claramente viables, porque lo que puede satisfacer la necesidad de un sitio para habitar, las viviendas, están ahí y están vacías.

Propuestas como las cooperativas integrales o el “mercado social” ponen de manifiesto que es posible organizar otras redes económicas, incluso en el corazón de la bestia. Con todas sus dificultades y contradicciones, estos espacios ofrecen un campo de práctica e investigación económica que hay que mimar.

Si hemos visto cómo el software libre, nacido a partir del trabajo autogestionado de miles de programadores que cooperan, ha sido capaz de plantarle cara a Microsoft ¿cómo no apoyar las iniciativas que nacen y flotan contra la corriente del capitalismo?

Es perfectamente posible articular dinámicas políticas globales y democráticas y a la vez potenciar los proyectos autogestionados. Los pueblos originarios lo hacen constantemente. Por una parte, mantienen su organización social y económica basadas en su conocimiento tradicional y por otra se articulan entre ellos y con sus gobiernos o contra sus gobiernos cuando se trata de luchar contra una megainfraestructura, contra el extractivismo o a favor de la nacionalización de los recursos energéticos.

Despreciar las “pequeñas” iniciativas es un error garrafal. Primero porque los seres humanos, y más en estos momentos, necesitamos experimentar la construcción de la alternativa para no caer en el derrotismo. Segundo porque se satisfacen necesidades reales de otro modo. Tercero porque la única forma de construir una nueva realidad es ensayándolo y poniéndolo en práctica.

DECRECER EN LA ESFERA MATERIAL NO ES UNA OPCIÓN

Reducir el tamaño de la esfera económica no es una opción que podamos o no aceptar. El declive energético y de los minerales, el cambio climático y los desórdenes en los ciclos naturales, lo impone. De hecho, ya se está reduciendo.

Lo que está en juego es si esa inevitable reducción se produce favoreciendo que una cantidad cada vez menor de personas sigan manteniendo sus niveles de sobreconsumo y sus estilos de vida, mientras que sectores cada vez más grandes de la población queden fuera.

Esta política es ecofascista cuando es explícita (“no hay para todos y nuestro estilo de vida no se cambia”) y también cuando se viste de todo tipo de excusas políticamente correctas, incluso de guerras humanitarias. Tal y como señala Pedro Prieto, los invasores de Iraq no sólo pretendían apropiarse de los yacimientos de crudo, sino también el que la población iraquí, que hasta entonces tenía uno de los mayores consumos per cápita de petróleo, disminuyera ese consumo hasta ratios propios de la época medieval, de tal modo que lo que dejasen de consumir, se pudiese poner a disposición de las economías que ostentan el poder.

Los recursos escasos y los procesos especulativos sobre estos recursos hacen negocio de la exclusión material de cantidades cada vez más grandes de personas. El declive material del metabolismo económico global favorece los procesos que pretenden de forma explícita o implícita “seleccionar” a través de los mercados y la guerra quién accede a los recursos. Cuando el discurso sobre la escasez de recursos explicita que sobra gente es fácil identificar el ecofascismo y rechazarlo, pero cuando se insiste en perpetuar el modelo de crecimiento económico sin tener en cuenta que ya se ha superado con mucho la capacidad de los propios territorios, lo que se hace es consolidar la práctica de la apropiación del “espacio vital” de otros pueblos. Por ello, es importante insistir hasta qué punto las economías que no comprendan los límites físicos y los asuman, aun sin quererlo, devienen en ecofascistas.

La otra opción, la nuestra, es que nos ajustemos a los límites del planeta a partir de un proceso de reducción controlada impulsada por criterios de justicia y de equidad. Y ahí es donde se juega el futuro, no en si vamos a reducir o no la esfera material, sino en si conseguimos que esa reducción se haga o no por una vía autoritaria.

En este sentido, algunas propuestas de corte neokeynesiano que buscan revitalizar la economía productiva corren el riesgo de no ser viables por falta de recursos materiales, o a pesar de su buena intención, seguir profundizando en un modelo que no se puede sostener desde el punto de vista material.

Es imprescindible contar sólo con lo que tenemos. A ninguna ama de casa se le ocurre intentar preparar cocido para cien si sólo tiene un kilo de garbanzos. Por ello, es de crucial importancia la reconversión del modelo productivo con criterios ecológicos. Por puro sentido común.

Aprender a desarrollar una buena vida con menos extracción y menos residuos es una de las claves para salir del atolladero, de forma que la buena vida sea universalizable a todas las personas. Romper el “sagrado” vínculo entre calidad de vida y consumo es una premisa inaplazable. En este camino tal y como dice Jorge Riechmann: “no tenemos valores garantizados metafísicamente pero tenemos la convivencia humana, la belleza, el erotismo, los placeres de lo cotidiano, el acompañarnos ante la enfermedad y la muerte”. Una enormidad de bienes relacionales y placeres que podemos hacer crecer hasta que nuestro cuerpo aguante.

DISTRIBUCIÓN Y REPARTO DE LA RIQUEZA

El reparto de la riqueza es nodal. Si tenemos un planeta con recursos limitados que además están parcialmente degradados y son decrecientes, la única posibilidad de justicia es la distribución radical de la riqueza.

En este sentido existen muchas propuestas elaboradas por diferentes sectores de la economía crítica. Desde las propuestas encaminadas a imposibilitar la acumulación y la especulación, por ejemplo de ATTAC; desde las propuestas de establecimiento de una fiscalidad progresiva y verde; la posibilidad de explorar la Renta Básica; el establecimiento de rentas máximas...

Es también urgente abordar un debate prohibido como es el de la propiedad. No tanto el de la propiedad ligada al uso, sino sobre todo el de la propiedad ligada a la acumulación.

La simplicidad voluntaria es una magnífica actitud pero ¿qué hacemos con quienes no lo quieren ser? Tenemos que tener instrumentos políticos, porque la única posibilidad de que haya gente que acceda a los mínimos de supervivencia es que a quien le sobra, se le anime a cederlo.

LA PRODUCCIÓN, UNA CATEGORÍA LIGADA AL MANTENIMIENTO DE LA VIDA

Cara a construir una economía centrada en la vida, que desbanque a los mercados como organizadores de los espacios y los tiempos de la gente, es fundamental deconstruir algunos conceptos que, al no ser sometidos a la crítica, sostienen la puntita del iceberg capitalista.

La producción tiene que pasar a ser una categoría ligada a la vida y su conservación y no, como ahora sucede tantas veces, a su destrucción.

En la economía convencional, la producción se mide en dinero. Da igual la naturaleza de la actividad que sostenga esa producción. Vale lo mismo producir bombas de racimo que trigo, porque como lo único que cuenta es el crecimiento económico, ni siquiera nos preguntamos qué es lo que se produce.

Para reconvertir el modelo económico en un marco de fuertes limitaciones físicas, es fundamental pensar en qué necesidades tienen que satisfacer todas las personas. Y serán producciones socialmente necesarias aquellas que satisfagan necesidades humanas sin destruir las condiciones materiales que permiten que precisamente puedan satisfacerse.

Superar la dicotomía producción-reproducción es importante. Si la economía se define como el proceso a través del cual se obtienen bienes o servicios que permiten la reproducción social, será la reproducción social, que es la finalidad, lo que hay que poner en el centro. ¿Y cómo vamos a hacerlo si el ámbito en el que se da la reproducción social, los hogares, es invisible? REPENSAR EL TRABAJO

Pensar en las necesidades a cubrir y en las producciones socialmente necesarias nos lleva a pensar directamente en los trabajos socialmente necesarios.

Existen sectores que claramente deben crecer (rehabilitación energética de la edificación, agroecología, los vinculados a los circuitos cortos de comercialización, transportes públicos, servicios sociocomunitarios relacionados con los cuidados, energías renovables, educación y sanidad, etc.). Sin embargo hay otros que deben disminuir o desaparecer porque satisfacen producciones dañinas. Las transiciones justas que protejan a las personas que trabajan en esos sectores deben ser apoyadas colectivamente y ser objeto de prioridad política, pero no se puede seguir ahondando la crisis estructural. Cuanto más se profundice, más difícil será salir de ella.

En estos momentos es importante reforzar la lucha para que no se continúe perdiendo masa salarial, pero a la vez es necesario abrir un debate sobre las diferencias salariales en función de los tipos de trabajo. Algunas propuestas de cooperativas de trueque de servicios han avanzado interesantes reflexiones sobre los diferentes valores que nuestra sociedad otorga a los trabajos remunerados y ofrecen vías para darle la vuelta a ese criterio de valoración que con frecuencia no tiene nada que ver con la necesidad social del servicio que se presta. Sólo eso explica que las personas que cuidan, por ejemplo mayores, remuneradamente, tengan los salarios más bajos y las condiciones más precarias de nuestras sociedades. Es vergonzoso que sea legal que a una empleada doméstica interna con el salario mínimo interprofesional se le pueda detraer hasta un 30% en concepto de alojamiento y manutención, mientras que a un ejecutivo de cualquier empresa, si le mandan tres días fuera de casa se le paguen las dietas y el viaje. Es la muestra de que incluso dentro de lo legal, hay personas que no son sujetos de derecho.

El reparto del empleo es un tema a recuperar y, junto a su distribución, habrá que pensar también en los trabajos no remunerados imprescindibles para la vida.

No deja de ser paradójico que cuanta más gente queda sin empleo, más aumenta la masa de trabajo neto que se realiza dentro de los hogares con unas constricciones cada vez más grandes.

LA DEMOCRACIA Y LA CONSTRUCCIÓN DE PODER COLECTIVO

Si estructurásemos las propuestas que se han venido realizando desde medios académicos, políticos, de los diferentes movimientos sociales y diversos sectores de pensamiento crítico; si trabajásemos sobre ellas y limásemos las incoherencias que puedan plantear, tendríamos con toda seguridad un programa extenso para caminar.

Puede que las propuestas no estén bien articuladas, que no compongan un relato coherente... eso está por llegar. Pero desde luego, no se puede decir que no haya alternativa.

El gran problema, a nuestro juicio, es el enorme salto que hay entre la dureza del ajuste y la capacidad para hacerle frente. El aparato neoliberal aprovecha para demoler los cimientos de cualquier estado de derecho porque piensa que es ahora cuando puede hacerlo.

Ahí es donde se encuentra el reto principal, el de poder construir una mayoría social que obligue al cambio. El 15 M ha supuesto un revulsivo importante y ha obligado a los movimientos sociales a repensarse y a trabajar juntos.

La histórica dinámica de desconfianza pesa a la hora de articular. La izquierda y los movimientos sociales tienen serias dificultades para gestionar la diversidad. Las viejas lógicas que recitan como una frase hecha “es más lo que nos une que lo que nos separa, fijémonos sólo en lo que nos une” no han funcionado. Y no han funcionado porque sistemáticamente se machaca o desprecia lo que nos separa. Lo que separa a dos colectivos que en una buena parte piensan lo mismo, es probablemente algo a lo que ambos conceden una enorme importancia. Por ello, pensamos que hay que hacer hueco a lo que nos separa. No quiere decir que lo tengamos que incorporar en nuestro colectivo como prioridad, pero sí abrirle espacio y no negarlo. Si no es imposible poder articular. Y es ahí en donde se juega todo.

El activismo social y político ofrece la posibilidad de dotar de sentido a nuestra propia experiencia. Es cierto que no va a ser una vida tranquila y descansada, pero desde luego sabremos qué y por qué lo hacemos. También sabremos que lo que hacemos lo compartimos con las mejores personas que existen, las más generosas: nuestras compañeras.

Fuente : http://www.exodo.org/CON-LOS-OJSO-ABIERTOS-UNA-MIRADA.html

domingo, 1 de julho de 2012

Porque uma semana de trabalho menor pode ajudar todos nós a prosperar no século XXI

http://www.neweconomics.org/
O Decrescimento-Brasil apresenta a tradução para o português do documento “21 hours: Why a shorter working week can help us all to flourish in the 21st century” originalmente elaborado pela new economic foudation – nef. Objetivamos com isto tornar disponível aos brasileiros parte do debate contemporâneo sobre a redução da jornada de trabalho que tem ido para além das questões trabalhistas históricas. Novos elementos têm sido incorporados nesse debate colocando-se o tempo consumido pelo trabalho numa relação direta e causal da insustentabilidade socioambiental das sociedades humanas. Deste modo, para a construção de uma sociedade em que a sustentabilidade seja um princípio, a relação entre ser humano e trabalho deve ser transformada sendo a redução da jornada de trabalho um aspecto fundamental a ser considerado.
Baixe aqui o documento


Esta publicação considera que uma semana de trabalho "normal" de 21 horas poderá ajudar a resolver uma série de problemas urgentes e relacionados entre sí como: excesso de trabalho, desemprego, consumo excessivo, altas emissões de carbono na atmosfera, baixo bem-estar, desigualdades sociais, falta de tempo para viver de forma sustentável, para as pessoas cuidarem uma das outras ou simplesmente para desfrutar a vida.

Sumário Executivo
Este relatório apresenta os argumentos para uma semana de trabalho muito menor, propondo uma mudança radical no que é considerado “normal” – baixar das 40 horas semanais, ou mais, para 21 horas semanais. Embora as pessoas possam optar por trabalhar mais ou menos horas, propomos que uma semana de trabalho de 21 horas - ou o seu equivalente ao longo do ano - deve se tornar o padrão geralmente esperado pelo governo, empregadores, sindicatos, trabalhadores e todos os demais.

A visão
Avançar rumo a uma jornada de trabalho remunerado muito menor oferece uma nova rota de saída para múltiplas crises enfrentadas atualmente. Muitos de nós consumimos além de nossas capacidades econômicas e bem além dos limites do ambiente natural- e ainda assim não conseguimos melhorar o nosso bem-estar-, enquanto tantos outros sofrem com a pobreza e a fome. A continuação do crescimento econômico nos países ricos1 tornará impossível alcançar as urgentes metas de redução de emissão de carbono. As desigualdades crescentes, a economia global em declínio, o esgotamento crítico dos recursos naturais e a aceleração das mudanças climáticas representam sérias ameaças ao futuro da civilização humana. Uma semana de trabalho “normal” de 21 horas poderia ajudar a solucionar uma série de problemas urgentes e interligados, tais como: excesso de trabalho, desemprego, consumismo, elevadas emissões de carbono, bem-estar reduzido, desigualdades, falta de tempo para viver de forma sustentável e para cuidar de si e dos outros ou simplesmente para aproveitar a vida.

21 horas como a nova “norma”
Vinte e uma horas é uma cifra que está próxima da média do que as pessoas em idade ativa na Grã Bretanha passam no trabalho remunerado e um pouco mais do que a média gasta no trabalho não-remunerado. Experimentos com horas de trabalho reduzidas sugerem que as mesmas podem ser populares onde as condições são estáveis e os salários favoráveis, e que um novo padrão de 21 horas semanais poderia ser consistente com a dinâmica de uma economia de baixo carbono.
Não há nada de natural ou inevitável no que é considerado “normal” hoje em dia. O tempo, assim como o trabalho, têm se tornado mercadorias – um recente legado do capitalismo industrial. No entanto, essa lógica da era industrial está fora de sintonia com as condições atuais onde as comunicações instantâneas e as tecnologias móveis trazem novos riscos e pressões, bem como oportunidades. O desafio é quebrar o poder desse velho relógio industrial, sem adicionar novas pressões, e liberar tempo para que se possa viver de forma sustentável. Para enfrentar esse desafio, devemos mudar a nossa forma de valorar o trabalho remunerado e o não-remunerado. Por exemplo, se o tempo médio dedicado ao trabalho doméstico não-remunerado e ao o cuidado com as crianças na Grã Bretanha em 2005 fossem valorados com base no salário mínimo, os mesmos valeriam o equivalente a 21% do Produto Interno Bruto (PIB) do Reino Unido.

Planeta, pessoas e mercados: razões para mudar
Uma semana de trabalho mais curta alteraria o ritmo de nossas vidas, remodelaria os nossos hábitos e convenções e alteraria profundamente a cultura dominante da sociedade ocidental. Os argumentos para uma semana de 21 horas recaem em três categorias, como reflexo de três “economias” interdependentes ou fontes de riqueza, derivadas das fontes naturais do planeta, dos recursos humanos e dos relacionamentos inerentes ao cotidiano de todos e dos mercados. Nossos argumentos são baseados na premissa de que precisamos reconhecer e valorizar essas três economias e garantir que as mesmas trabalhem juntas para uma justiça social sustentável.

Proteger os recursos naturais do planeta.
Avançar rumo a uma semana de trabalho mais curta ajudaria a quebrar o ciclo de viver para trabalhar, trabalhar para ganhar e ganhar para consumir. As pessoas poderiam tornar-se menos apegadas ao consumo intensivo em carbono e mais apegadas aos relacionamentos, aos hobbies e aos locais que absorvam menos dinheiro e mais tempo. Isso ajudaria a sociedade a sobreviver sem um crescimento baseado tão intensivamente no carbono, a liberar tempo para as pessoas viverem de forma mais sustentável e reduzirem a emissão de gases do efeito estufa.

Justiça social e bem-estar para todos.
Uma semana de trabalho “normal” de 21 horas poderia ajudar a distribuir o trabalho remunerado de forma mais homogénea entre a população, reduzindo o mal estar associado ao desemprego, às longas jornadas de trabalho e à falta de controle sobre o tempo. Também tornaria possível que o trabalho remunerado e o não-remunerado fossem distribuídos de forma mais equilibrada entre homens e mulheres; que os pais e mães pudessem passar mais tempo com os seus filhos e que esse tempo fosse despendido de forma diferente; que a pessoas pudessem retardar a sua aposentadoria, se assim quisessem, e que se tivesse mais tempo para cuidar dos outros, para participar de actividades locais e para desenvolver outras actividades de sua escolha. De forma crucial, isso permitiria que uma “economia humana” (core economy) prosperasse graças a um melhor e maior uso dos recursos humanos não mercantilizados na definição e na materialização das necessidades individuais e colectivas. Seria uma forma de liberar tempo para as pessoas agirem como parceiras, em pé de igualdade, de profissionais e servidores públicos, na co-produção do bem-estar.

Uma economia próspera e robusta.
Um número reduzido de horas de trabalho poderia ajudar a economia a adaptar-se às necessidades da sociedade e do meio ambiente, ao invés da sociedade e do meio ambiente se subjugarem às necessidades da economia. O mundo dos negócios se beneficiaria com a entrada de mais mulheres no mundo do trabalho; com o fato dos homens poderem levar vidas mais completas e equilibradas; e com a redução do estresse no ambiente de trabalho proveniente do malabarismo de conciliar trabalho remunerado com os afazeres do lar. Também poderia ajudar a pôr fim ao modelo de crescimento baseado no crédito, desenvolver uma economia mais elástica e adaptável, assim como salvaguardar recursos públicos para investimentos em uma estratégia industrial de baixo carbono e outras medidas de suporte para uma economia sustentável.

Problemas da transição
Obviamente, avançar da situação atual para esse cenário futuro não será uma tarefa simples. A mudança proposta para as 21 horas precisa ser vista em termos de uma ampla e gradual transição para a sustentabilidade social, econômica e ambiental. Entre os problemas que podem surgir no decorrer desta transição estão o risco do aumento da pobreza resultante da redução do poder aquisitivo daqueles com salários baixos; poucas novas vagas de emprego, já que as pessoas que já possuem emprego aceitariam fazer mais horas extras; uma resistência dos empregadores devido ao aumento dos custos e da falta de empregados qualificados; resistência dos trabalhadores e sindicatos devido ao impacto sobre os salários em todos os níveis de renda; e do surgimento de uma oposição política mais geral como, por exemplo, de movimentos para impor a redução de horas.

Condições necessárias para abordar os problemas da transição.
O nef (the new economics foundation) está iniciando o trabalho para desenvolver um novo modelo económico que irá ajudar a projectar uma economia em “condição estável” (steady-state) e abordar os problemas da transição para 21 horas. Ainda há muito trabalho a ser feito e as sugestões contidas neste relatório são mais para estimular o debate e a reflexão do que para oferecer soluções definitivas. As sugestões centram- se em alcançar a redução de horas de trabalho, garantir uma renda justa para todos, melhorar as relações de género e a qualidade de vida da família e mudar normas e expectativas.

Alcançando a redução de horas de trabalho.
As condições necessárias para a redução bem sucedida do número de horas de trabalho remunerado incluem: reduzir gradualmente o número de horas de trabalho ao longo dos anos em consonância com incrementos salariais anuais; alterar a forma como o trabalho é gerenciado de forma a desencorajar horas extras; capacitar profissionais para combater a falta de pessoal qualificado e para ajudar que os desempregados por muito tempo possam voltar a fazer parte do mercado de trabalho; gerenciar o custo dos empregadores de forma a recompensar ao invés de penalizar a contratação de pessoal extra; assegurar uma distribuição mais estável e igualitária da renda; introduzir normas para padronizar as horas de trabalho, mas que também sejam flexíveis para atender às necessidades dos trabalhadores tais como a partilha de trabalho e prolongamento das licenças maternidade e sabáticas; e oferecer uma maior e melhor proteção aos trabalhadores autônomos contra os efeitos da baixa remuneração, longas jornadas de trabalho e inseguridade.

Assegurar uma renda justa.
Entre as opções para lidar com os impactos de uma semana de trabalho mais curta se incluem uma redistribuição de renda e riqueza através de uma taxação mais progressiva, aumento do salário mínimo, uma radical reestruturação dos benefícios do Estado, um mercado de carbono desenhado para redistribuir renda para as famílias pobres, serviços públicos mais amplos e melhores e incentivos às actividades e ao consumo não mercantilizáveis.

Melhorar as relações de género e a qualidade de vida da família.
Medidas para assegurar que a mudança para 21 horas tenha um impacto positivo ao invés de negativo nas relações de género e na vida da família incluem: flexibilidade nas condições de trabalho que encorajem uma distribuição de trabalho não- remunerado de forma mais igualitária entre homens e mulheres; creches de alta qualidade e que atendam a todos nos seus horários de trabalho remunerado; mais divisão de trabalho e limites de horas extras; aposentadoria flexível; medidas mais firmes que imponham a igualdade salarial e de oportunidades; mais empregos para homens em creches e como professores em escolas do ensino fundamental; mais creches, tempo de lazer e serviços de cuidado de adultos usando modelos produzidos de forma conjunta no seu desenho e execução; e maiores oportunidades para acção local de modo que se possam construir bairros no qual todos se sintam seguros e felizes.

Mudança de normas e expectativas.
Há muitos exemplos de normas sociais aparentemente intratáveis, mas que mudaram muito rapidamente – por exemplo, atitudes relacionadas ao tráfico de escravos, o voto feminino, a utilização do cinto de segurança e do capacete e a proibição de fumar em locais públicos. A opinião pública pode mudar rapidamente da aversão para a aprovação como resultado da exposição de novas evidências, fortes campanhas e mudanças de contextos, incluindo um senso de crise. Há alguns sinais de que condições favoráveis começam a emergir para uma mudança de expectativa sobre o que seria uma semana “normal” de trabalho. Outras mudanças que poderiam auxiliar incluem construir uma cultura mais igualitária, aumentar a consciência sobre o valor do trabalho não-remunerado, apoio do governo para actividades não mercantilizáveis e debates nacionais sobre como usamos, valorizamos e distribuímos nosso trabalho e nosso tempo.

Nós estamos no começo do debate nacional.
O próximo passo é fazer um exame minucioso dos benefícios, desafios, barreiras e oportunidades associadas com a mudança para uma semana de 21 horas no primeiro trimestre do século vinte e um. Isto deveria ser parte da Grande Transição para um futuro sustentável.

Fonte : http://decrescimentobrasil.blogspot.com.br/2011/06/21-horas-porque-uma-de-trabalho-menor.html

quinta-feira, 31 de maio de 2012

Yayo Herrero : Vivir bien con menos. Ajustarse a los límites físicos con criterios de justicia'

http://www.mrafundazioa.org/es/centro-de-documentacion/medioambiente/vivir-bien-con-menos

Yayo Herrero nos ha escrito el tercer número de Inguru Gaiak. En él, habla del problema fundamental que tenemos que afrontar estas décadas: es imposible un crecimiento consumista infinito en un planeta finito. Dice que la sociedad occidental puede vivir mejor con menos, pero siempre profundizando en la justicia social.

Durante demasiado tiempo el movimiento ecologista y el sindical han vivido de espaldas o confrontados. Un ecologismo social anticapitalista debe hacerse cargo de las contradicciones entre el capital y el trabajo, debe preocuparse por el mantenimiento de la negociación colectiva y del derecho del trabajo. Un sindicalismo que viva enraizado en los territorios reales no puede ignorar que el modo de producción capitalista se contrapone esencialmente al mantenimiento de la vida.

Debatir el propio concepto de trabajo para que incluya no sólo la llamada producción, sino también la reproducción y la gestión del bienestar cotidiano que recae en los hogares; explorar qué sectores y actividades sirven para satisfacer necesidades humanas y cuáles hipotecan el futuro, incluso en el corto plazo; indagar qué alianzas y sinergias pueden hacer confluir en luchas comunes a movimientos como el sindical, el ecologista y el feminista, entre otros, ...Estas son tareas inaplazables en un momento en el que tejer alianzas y articular movimiento parece ser el único camino para resistir ante “el golpe de estado” neoliberal que vivimos y para construir otra realidad que pueda ser justa y compatible con el planeta que nos alberga.

Fuente : http://www.mrafundazioa.org/es/noticias/vivir-bien-con-menos

segunda-feira, 19 de março de 2012

La tierra no es muda: Diálogos entre el desarrollo sostenible y el postdesarrollo

http://sl.ugr.es/01b1

Con edición de los profesores de la UGR Alberto Matarán y Fernando López Castellano, el libro compila textos de varios autores, en los que se trata, entre otros asuntos, del desarrollo sostenible y el postdesarrollo, la globalización, el “decrecimiento”, o la sostenibilidad

La Editorial Universidad de Granada, el CICODE y la Cátedra “José Saramago” publican “La tierra no es muda. Diálogos entre el desarrollo sostenible y el postdesarrollo”, un libro con edición de los profesores de la UGR Alberto Matarán y Fernando López Castellano, en el que se compilan textos de varios autores, que tratan, entre otros asuntos, del desarrollo sostenible y el postdesarrollo, la globalización, el “decrecimiento”, o la sostenibilidad.

Según los editores de este volumen, “en el verano de 1930, J. M. Keynes, uno de los economistas más influyentes del pasado siglo, dictaba una conferencia de significativo título en la Residencia de Estudiantes de Madrid: El futuro económico de nuestros nietos. A lo largo de su discurso, el economista británico mostraba su confianza en que la abundancia creada por el crecimiento iba a permitirles cultivar el arte de vivir y que su auténtico problema sería el de cómo ocupar el tiempo de ocio conseguido mediante la ciencia y el interés compuesto”.

De la abundancia a la escasez

Así, durante unas décadas pareció que este anhelo iba a lograrse, pero la crisis de los 70 tornó la certidumbre en miedo y la abundancia en escasez. La globalización era el nuevo “simulacro” del desarrollo y el Consenso de Washington su fetiche. En paralelo a las propuestas del Consenso surgieron nuevos planteamientos que venían a considerar otra vez la idea del progreso y a revisar los fines y medios del desarrollo. El Informe sobre el Desarrollo Humano del PNUD, de 1990, recogería estas ideas y las plasmaría en el índice de desarrollo humano (IDH).

Del lado ambiental surgió el concepto de desarrollo sostenible para manifestar que la naturaleza no permitía cualquier modalidad de desarrollo. El análisis postdesarrollista niega el propio concepto de desarrollo argumentando que el problema no es la falta de desarrollo sino la propia naturaleza, capitalista y depredadora, del desarrollo. La apuesta por el decrecimiento, “sangre de la tierra”, en póetica expresión de Georgescu-Roegen, implica que éste ha de ser sostenible, que no debe generar una crisis social que cuestione la democracia y el humanismo.

Los editores afirman que “ha pasado casi un siglo y los nietos de la generación de Keynes siguen lejos de superar el problema económico, de cultivar el arte de vivir y de resolver el dilema de cómo ocupar el tiempo de ocio. ¿Cuál será el futuro de los nuestros? Para asegurarlo habría que sustituir el concepto convencional de bienestar, basado en el acceso al consumo, por el de buen vivir”, que incorpora una dimensión ecológica, e implica un cambio cultural; y seguir clamando, con Max-Neef, para que al mundo distinto de lo humano se le reconozcan sus derechos”.

Este libro trae al lector una selección de textos que le ayudarán en esa tarea. La obra reúne, así, las reflexiones y contribuciones sobre alternativas para la sostenibilidad de un conjunto de autores, tales como Koldo Unceta, Wolfgang Sachs, Jorge Riechmann, Federico Aguilera, Serge Latouche, Eduardo Gudynas, M. Max-Neef, Enrique Leff, Raffaele Paloscia, José Fariña, Esther Vivas, Luis González y Ernest García.

Fuente: http://canal.ugr.es/ciencia-y-ensayo/item/53873-la-ugr-publica-

sábado, 3 de setembro de 2011

Conferencia Carlos Taibo


Conferencia día 13 de abril en Barcelona

Carlos Taibo - Decrecimiento


http://www.attac.tv/

En esta entrevista Carlos Taibo nos explica qué es el decrecimiento, nacido como crítica al crecimiento ilimitado en un mundo con recursos limitados, y como propuesta de debate social.
El decrecimiento es una corriente de pensamiento político, económico y social favorable a la disminución controlada de la producción económica con el objetivo de establecer una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, pero también entre los propios seres humanos.

domingo, 7 de junho de 2009

Carlos Taibo - En defensa del decrecimiento : Sobre capitalismo, crisis y barbarie

http://www.catarata.org/libro/mostrar/id/489

La crisis en curso apenas ha suscitado otras reflexiones que las que se interesan por su dimensión financiera. De resultas, han quedado en segundo plano fenómenos tan delicados como el cambio climático, el encarecimiento inevitable de los precios de las materias primas energéticas que empleamos, la sobrepoblación y la ampliación de la huella ecológica. En este libro se intenta rescatar esas otras crisis, y hacerlo con la voluntad expresa de identificar dos horizontes de corte muy diferente. Si el primero lo aporta un proyecto específico, el del decrecimiento, que cada vez es más urgente sea asumido como propio por los movimientos de resistencia y emancipación en el Norte opulento, el segundo lo proporciona un grave riesgo de que, en un escenario tan delicado como el del presente, gane terreno un darwinismo social militarizado que recuerde poderosamente a lo que los nazis alemanes hicieron ochenta años atrás. En la trastienda se aprecia, de cualquier modo, la necesidad imperiosa de contestar el capitalismo en su doble dimensión de explotación e injusticia, por un lado, y de agresiones contra el medio natural, por el otro.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus últimos libros cabe mencionar Rapiña global (Punto de lectura, Madrid, 2006), Sobre política, mercado y convivencia (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2006; en colaboración con José Luis Sampedro), el volumen colectivo Voces contra la globalización (Crítica, Barcelona, 2008; en colaboración con Carlos Estévez), 150 preguntas sobre el nuevo desorden (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008) y Neoliberales, neoconservadores, aznarianos. Ensayos sobre el pensamiento de la derecha lenguaraz (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008).