quinta-feira, 23 de setembro de 2010

Huelga y decrecentismo


Está en marcha en España una huelga convocada por los sindicatos mayoritarios. En esta convocatoria están concentradas al día de hoy la mayoría de las energías sociales y políticas críticas al actual modelo económico. Podemos estar en desacuerdo con su comportamiento en general pero, en actualidad, los sindicatos son, en el mundo del trabajo, una referencia ineludible. Ellos lideran una iniciativa que implicará, si sale bien, una fuerte movilización social con la que, en nuestra opinión, los decrecentistas debemos estar en sintonía.

Esta huelga es una huelga del mundo del trabajo asalariado pero representa una oportunidad importante para que tenga presencia y se muestre al conjunto de la sociedad el mundo de los movimientos de base, el de la economía solidaria, el de la ecología, el del cooperativismo y otros. Es decir, todo el espacio social que está fuera de las relaciones salariales. Un ámbito complejo y heterogéneo que hasta ahora ha quedado generalmente extramuros de las protestas sociales y que, usando la capacidad amplificadora de la huelga, puede dar a conocer formas de producción, comercialización, consumo y crédito distintas a las capitalistas.

Si aportamos creatividad y motivación puede ser la ocasión para crear un momento lúdico a la vez que reivindicativo. Podemos, aunque sea una paradoja, llevar un mensaje antiproductivista, que en un contexto de defensa del empleo, pasa, en el discurso hegemónico, por el crecimiento de la economía. Podemos aportar una nota disruptiva en el sentido común. Esa es entre otras, nuestra tarea y misión como movimiento. Mostrar formas de vida y trabajo que no transcurren por la relación de subordinación salarial y su horizonte productivista.

Pero representa también la ocasión para reclamar espacios y políticas públicas que sean más favorables a la economía solidaria, a las redes de intercambio, a la acción cultural, a las iniciativas de banca ética etc. Es una oportunidad para presionar y luchar también por nuestros propios objetivos. Es importante, entonces, que se participe con reivindicaciones explícitas propias del sector.

Otra cosa distinta es cómo participar en esta huelga. Y aquí aparecen 3 momentos posibles: a) durante su preparación (junto a otros colectivos) b) durante el mismo día de la huelga en nuestros lugares de trabajo y c) en las manifestaciones callejeras. Debemos estar en los tres.

La huelga debería servir también para estimular la reflexión acerca del estatuto político del movimiento por el decrecimiento y su estrategia de transformaciones. Somos un movimiento político, en su acepción más amplia, que debe encontrar su lugar en el conjunto de las luchas sociales. Y cualquier proyecto de transformaciones decrecentistas debe hacerse en alianza con el mundo del trabajo. Las contrahegemonías se construirán en la confluencia de proyectos de emancipación diferentes. Debemos mostrar que la posibilidad teórica de "lo común de lo diverso" encuentra su expresión práctica en las movilizaciones y acciones conjuntas con otros sujetos de los cambios, dentro de un proyecto destinado a aumentar la multiplicidad del mundo.

Esta huelga nos encuentra en la infancia del movimiento decrecentista y evidentemente se pondrán de manifiesto todos los balbuceos correspondientes a la edad. Esto no es lo importante; lo importante es saber que "decir no es decir si a algo diferente" y verla como parte de un recorrido que debe llevar a actualizar las posibilidades de la realidad. "En cada momento hay un horizonte limitado de posibilidades y por ello es importante no desperdiciar la oportunidad única de una transformación específica que el presente ofrece" (Boaventura de Sousa Santos)

Fuente: http://www.decrecimiento.info/

quarta-feira, 22 de setembro de 2010

12 preguntas sobre el decrecimiento a Carlos Taibo

El del decrecimiento no es un proyecto que sustituya a todo lo que el conjunto de luchas contra el capitalismo ha supuesto desde mucho tiempo atrás: es, antes bien, una perspectiva que permite abrir un nuevo frente de contestación del capitalismo imperante. En ese sentido parece razonable afirmar que en el Norte desarrollado de principios del siglo XXI no es imaginable ningún proyecto anticapitalista consecuente que no sea al mismo tiempo decrecimentalista, autogestionario y antipatriarcal.

1. En el momento presente, ¿es inequívocamente saludable el crecimiento económico?

La visión dominante en las sociedades opulentas sugiere que el crecimiento económico es la panacea que resuelve todos los males. A su amparo – se nos dice – la cohesión social se asienta, los servicios públicos se mantienen, y el desempleo y la desigualdad no ganan terreno.

Sobran las razones para recelar, sin embargo, de todo lo anterior. El crecimiento económico no genera -o no genera necesariamente- cohesión social, provoca agresiones medioambientales en muchos casos irreversibles, propicia el agotamiento de recursos escasos que no estarán a disposición de las generaciones venideras y, en fin, permite el asentamiento de un modo de vida esclavo que invita a pensar que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y, sobre todo, más bienes acertemos a consumir. Frente a esto se impone la certeza de que, dejado atrás un nivel elemental de consumo, el acrecentamiento irracional de este último es antes un indicador de infelicidad que una muestra de lo contrario. Es razonable adelantar, por lo demás, que la crisis general por la que atravesamos está llamada a permitir que la conciencia en lo que respecta a estos sinsentidos se asiente en una parte significada de la ciudadanía.

2. ¿Cuáles son los pilares en los que se asientan los sinsentidos del crecimiento?

Son tres los pilares en los que se sustenta tanta irracionalidad.

* El primero es la publicidad, que nos obliga a comprar lo que no necesitamos y, llegado el caso, exige que adquiramos, incluso, lo que nos repugna.
* El segundo es el crédito, que históricamente ha permitido allegar el dinero que permitía preservar el consumo aun en ausencia de recursos.
* El tercero es la caducidad de los bienes producidos, claramente programados para que en un período de tiempo breve dejen de funcionar, de tal suerte que nos veamos en la obligación de comprar otros nuevos.

Por detrás de todo ello despunta, en palabras de Z. Bauman, la certeza de que “una sociedad de consumo sólo puede ser una sociedad de exceso y prodigalidad y, por ende, de redundancia y despilfarro”.

3. ¿Debemos fiarnos de los indicadores económicos que hoy empleamos?

Los indicadores económicos que nos vemos obligados a utilizar -así, el producto interior bruto (PIB) y afines- han permitido afianzar, en palabras de J.K. Galbraith, “una de las formas de mentira social más extendidas”. Pensemos que si un país retribuye al 10% de sus habitantes por destruir bienes, hacer socavones en las carreteras, dañar los vehículos…, y a otro 10% por reparar esas carreteras y vehículos, tendrá el mismo PIB que un país en el que el 20% de los empleos se consagre a mejorar la esperanza de vida, la salud, la educación y el ocio.

Y es que la mayoría de esos indicadores contabiliza como crecimiento -y cabe suponer también que como bienestar- todo lo que es producción y gasto, incluidas las agresiones medioambientales, los accidentes de tráfico, la fabricación de cigarrillos, los fármacos y las drogas, o el gasto militar. Esos mismos indicadores apenas nada nos dicen, en cambio, del trabajo doméstico, en virtud de un código a menudo impregnado de machismo, de la preservación objetiva del medio ambiente – un bosque convertido en papel acrecienta el PIB, en tanto ese mismo bosque indemne, decisivo para garantizar la vida, no computa como riqueza-, de la calidad de los sistemas educativo y sanitario – y en general de las actividades que generan bienestar aunque no impliquen producción y gasto -, o del incremento del tiempo libre.

De resultas puede afirmarse que la ciencia económica dominante sólo presta atención a las mercancías – lo que se tiene o no se tiene -, y no a los bienes que hacen que alguien sea algo (F. Flahault), en un escenario en el que “las ideas rectoras de la modernidad son más, mayor, más deprisa, más lejos” (M. Linz).

4. ¿No son muchas las razones para contestar el progreso, más aparente que real, que han protagonizado nuestras sociedades durante decenios?

Son muchas, sí. Hay que preguntarse, por ejemplo, si no es cierto que en la mayoría de las sociedades occidentales se vivía mejor en el decenio de 1960 que ahora: el número de desempleados era sensiblemente menor, la criminalidad mucho más baja, las hospitalizaciones por enfermedades mentales se hallaban a años luz de las actuales, los suicidios eran infrecuentes y el consumo de drogas escaso. En EE.UU., donde la renta per cápita se ha triplicado desde el final de la segunda guerra mundial, desde 1960 se reduce, sin embargo, el porcentaje de ciudadanos que declaran sentirse satisfechos. En 2005 un 49% de los norteamericanos estimaba que la felicidad se hallaba en retroceso, frente a un 26% que consideraba lo contrario.

Son muchos los expertos que concluyen, en suma, que el crecimiento en la esperanza de vida al nacer registrado en los últimos decenios bien puede estar tocando a su fin en un escenario lastrado por la extensión de la obesidad, el estrés, la aparición de nuevas enfermedades y la contaminación.

5. ¿Por qué hay que decrecer?

En los países ricos hay que reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales. “El único programa que necesitamos se resume en una palabra: menos. Menos trabajo, menos energía, menos materias primas” (B. Grillo).

Por detrás de esos imperativos despunta un problema central: el de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Si es evidente que, en caso de que un individuo extraiga de su capital, y no de sus ingresos, la mayoría de los recursos que emplea, ello conducirá a la quiebra, parece sorprendente que no se emplee el mismo razonamiento a la hora de sopesar lo que las sociedades occidentales están haciendo con los recursos naturales. Aunque nos movemos -si así quiere- en un barco que se encamina directamente hacia un acantilado, lo único que hemos hecho en los últimos años ha sido reducir un poco la velocidad sin modificar, en cambio, el rumbo.

Para calibrar la hondura del problema, el mejor indicador es la huella ecológica, que mide la superficie del planeta, terrestre como marítima, que precisamos para mantener las actividades económicas. Si en 2004 esa huella lo era de 1,25 planetas Tierra, según muchos pronósticos alcanzará dos Tierras -si ello es imaginable- en 2050. La huella ecológica igualó la biocapacidad del planeta en torno a 1980, y se ha triplicado entre 1960 y 2003. En paralelo, no está de más que recordemos que en 2000 se estimaban en 41 los años de reservas de petróleo, 70 los de gas y 55 los de uranio.

6. ¿Cuál es la actitud que ante lo anterior exhiben nuestros dirigentes políticos?

Los dirigentes políticos, marcados por un irrefrenable cortoplacismo electoral, prefieren dar la espalda a todos estos problemas. De resultas, y en palabras de C. Castoriadis, “quienes preconizan ‘un cambio radical de la estructura política y social’ pasan por ser ‘incorregibles utopistas’, mientras que los que no son capaces de razonar a dos años vista son, naturalmente, realistas”. Todo pensamiento radical y contestatario es tildado inmediatamente de extremista y violento, además de patológico.

La idea, supersticiosa, de que nuestros gobernantes tienen soluciones de recambio se completa con la que sugiere que la ciencia resolverá de manera mágica, antes o después, todos estos problemas. No parecería lógico, sin embargo, construir un “rascacielos sin escaleras ni ascensores sobre la base de la esperanza de que un día triunfaremos sobre la ley de la gravedad” (M. Bonaiuti). Más razonable resultaría actuar como lo haría un pater familias diligens, que “se dice a sí mismo: ya que los problemas son enormes, e incluso en el caso de que las probabilidades sean escasas, procedo con la mayor prudencia, y no como si nada sucediese” (C. Castoriadis). No es ésta una carencia que afecte en exclusiva a los políticos. Alcanza de lleno, antes bien, a los ciudadanos, circunstancia que da crédito a la afirmación realizada por un antiguo ministro del Medio Ambiente francés: “La crisis ecológica suscita una comprensión difusa, cognitivamente poco influyente, políticamente marginal, electoralmente insignificante”.

7. ¿Basta, sin más, con reducir determinadas actividades económicas?

A buen seguro que no es suficiente con acometer reducciones en los niveles de producción y de consumo. Es preciso reorganizar en paralelo nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recursos frente a la propiedad y al consumo ilimitado. Los verbos que hoy rigen nuestra vida cotidiana son “tener-hacer-ser“: si tengo esto o aquello, entonces haré esto y seré feliz. Hay que reivindicar, en paralelo, el ocio frente al trabajo obsesivo. O, lo que es casi lo mismo, frente al “más deprisa, más lejos, más a menudo y menos caro” hay que contraponer el “más despacio, menos lejos, menos a menudo y más caro” (Y. Cochet). Debe apostarse, también, por el reparto del trabajo, una vieja práctica sindical que, por desgracia, fue cayendo en el olvido con el paso del tiempo.

Otras exigencias ineludibles nos hablan de la necesidad de reducir las dimensiones de muchas de las infraestructuras productivas, de las organizaciones administrativas y de los sistemas de transporte. Lo local, por añadidura, debe adquirir una rotunda primacía frente a lo global en un escenario marcado, en suma, por la sobriedad y la simplicidad voluntaria. Entre las razones que dan cuenta de la opción por esta última están la pésima situación económica, la ausencia de tiempo para llevar una vida saludable, la necesidad de mantener una relación equilibrada con el medio, la certeza de que el consumo no deja espacio para un desarrollo personal diferente o, en fin, la conciencia de las diferencias alarmantes que existen entre quienes consumen en exceso y quienes carecen de lo esencial.

S. Latouche ha resumido el sentido de fondo de esos valores de la mano de ocho “re“: reevaluar (revisar los valores), reconceptualizar, reestructurar (adaptar producciones y relaciones sociales al cambio de valores), relocalizar, redistribuir (repartir la riqueza y el acceso al patrimonio natural), reducir (rebajar el impacto de la producción y el consumo), reutilizar (en vez de desprenderse de un sinfín de dispositivos) y reciclar.

8. Esos valores, ¿son realmente ajenos a la organización de las sociedades humanas?

Los valores que acabamos de reseñar no faltan, en modo alguno, en la organización de las sociedades humanas. Así lo demuestran, al menos, cuatro ejemplos importantes. Si el primero nos recuerda que las prácticas correspondientes tienen una honda presencia en muchas de las tradiciones del movimiento obrero – y en particular, bien es cierto, en las vinculadas con el mundo libertario -, la segunda subraya que en una institución central en muchas sociedades, la familia, impera antes la lógica del don y de la reciprocidad que la de la mercancía.

Pero lo social está a menudo presente, también, en lo que despectivamente hemos dado en llamar economía informal. En muchos casos “el objetivo de la producción informal no es la acumulación ilimitada, la producción por la producción. El ahorro, cuando existe, no se destina a la inversión para facilitar una reproducción ampliada”, recuerda S. Latouche. Y está presente en la experiencia histórica de muchas sociedades que no estiman que su felicidad deba vincularse con la acumulación de bienes, y que adaptaron su modo de vida a un entorno natural duradero. No se olvide al respecto a los campesinos que, en la Europa mediterránea, plantaban olivos e higueras cuyos frutos nunca llegarían a ver, pensando, con claridad, en las generaciones venideras. Tampoco debe olvidarse que muchas sociedades que tendemos a describir como primitivas y atrasadas pueden darnos muchas lecciones en lo que atañe a la forma de llevar a la práctica los valores de los que hemos hecho mención.

9. ¿Qué supondría el decrecimiento en las sociedades opulentas?

Hablando en plata, lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de cerrar – o al menos de reducir sensiblemente la actividad correspondiente – muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción.

Los millones de trabajadores que, de resultas, perderían sus empleos deberían encontrar acomodo a través de dos grandes cauces. Si el primero lo aportaría el desarrollo ingente de actividades en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y medioambientales, el segundo llegaría de la mano del reparto del trabajo en los sectores económicos tradicionales que sobrevivirían. Importa subrayar que en este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejada, por qué no, reducciones salariales, siempre y cuando éstas, claro, no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales. Al fin y al cabo, la ganancia de nivel de vida que se derivaría de trabajar menos, y de disfrutar de mejores servicios sociales y de un entorno más limpio y menos agresivo, se sumaría a la derivada de la asunción plena de la conveniencia de consumir, también, menos, con la consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. No es preciso agregar -parece- que las reducciones salariales que nos ocupan no afectarían, naturalmente, a quienes menos tienen.

10. ¿Es el decrecimiento un proyecto que augura, sin más, la infelicidad a los seres humanos?

Parece evidente que el decrecimiento no implica en modo alguno, para la mayoría de los habitantes, un entorno de deterioro de sus condiciones de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con la redistribución de los recursos; la creación de nuevos sectores que atiendan las necesidades insatisfechas; la preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud de los ciudadanos y las condiciones del trabajo asalariado, o el crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se reducirá sensiblemente.

Al margen de lo anterior, conviene subrayar que en el mundo rico se hacen valer elementos – así, la presencia de infraestructuras en muchos ámbitos, la satisfacción de necesidades elementales o el propio decrecimiento de la población – que facilitarían el tránsito a una sociedad distinta. Hay que partir de la certeza de que, si no decrecemos voluntaria y racionalmente, tendremos que hacerlo obligados de resultas del hundimiento, antes o después, del capitalismo global que padecemos.

11. ¿Qué argumentos se han formulado para cuestionar la idoneidad del decrecimiento?

Los argumentos vertidos contra el decrecimiento parecen poco relevantes. Se ha señalado, por ejemplo, y contra toda razón, que la propuesta se emite desde el Norte para que sean los países del Sur los que decrezcan materialmente. También se ha sugerido que el decrecimiento es antidemocrático, en franco olvido de que los regímenes que se ha dado en describir como totalitarios nunca han buscado, por razones obvias, reducir sus capacidades militar-industriales. Más bien parece que, muy al contrario, el decrecimiento, de la mano de la autosuficiencia y de la simplicidad voluntaria, bebe de una filosofía no violenta y antiautoritaria. La propuesta que nos interesa no remite, por otra parte, a una postura religiosa que reclama una renuncia a los placeres de la vida: reivindica, antes bien, una clara recuperación de éstos en un escenario marcado, eso sí, por el rechazo de los oropeles del consumo irracional.

12. ¿También deben decrecer los países pobres?

Aunque, con certeza, el debate sobre el decrecimiento tiene un sentido distinto en los países pobres – está fuera de lugar reclamar reducciones en la producción y el consumo en una sociedad que cuenta con una renta per cápita treinta veces inferior a la nuestra -, parece claro que aquéllos no deben repetir lo hecho por los países del Norte. No se olvide, en paralelo, que una apuesta planetaria por el decrecimiento, que acarrearía por necesidad un ambicioso programa de redistribución, no tendría, por lo demás, efectos notables en términos de consumo convencional en el Sur.

Para esos países se impone, en la percepción de S. Latouche, un listado diferente de “re“: romper con la dependencia económica y cultural con respecto al Norte, reanudar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización, reencontrar la identidad propia, reapropiar ésta, recuperar las técnicas y saberes tradicionales, conseguir el reembolso de la deuda ecológica y restituir el honor perdido.

Web de Carlos Taibo

sexta-feira, 17 de setembro de 2010

http://carta.anthropogeny.org/events/the-evolution-human-altruism-the-role-social-selection
http://carta.anthropogeny.org/events/early-hominids

¿Qué es una Cooperativa Integral?

Fuente: http://www.decrecimiento.info/

¿Es posible la autogestión llevada a su máximo exponente? ¿Es posible la independencia total del sistema? Éstas son dos preguntas básicas para entender el origen del planteamiento sobre la creación de las Cooperativas Integrales como medio de soporte para la vida con sentido común, que provea una dignidad y calidez de existencia, dando capacidad de asegurar el cubrir las necesidades básicas de las personas.

La Cooperativa Integral es un proyecto de autogestión en red que pretende paulatinamente juntar todos los elementos básicos de una economía como son producción, consumo, financiación y moneda propia e integrar todos los sectores de actividad necesarios para vivir al margen del sistema capitalista.

Consiste en una forma jurídica que nos permita construir un espacio de relaciones económicas autogestionadas entre los participantes, que esté blindada contra los embargos privados o públicos y que minimice de manera totalmente legal, o al menos de forma no punible, el pago de impuestos y seguridad social, protegiendo tanto como sea posible de la acción de la banca y del Estado. Así pues es una forma jurídica legal de transición para permitirnos construir, desde el ámbito más local, una manera de vivir donde ni la banca ni el estado serán necesarias. Legalmente se trata de una cooperativa mixta de servicios y de consumo. De manera que las empresas, profesionales y prosumidores / as pueden participar para intercambiar servicios internamente y vender hacia fuera de la cooperativa, mientras que como Consumidorxs lxs participantes podemos realizar compras conjuntas tanto a los socios de servicios de la cooperativa como de productos que vengan de fuera. La idea surgió del Colectivo crisis, y fue plasmada en la publicación "podemos vivir sin capitalismo".

Como objetivo central: Construir un entramado de relaciones económicas cooperativas y solidarias entre personas y empresas sociales, que salga de las reglas del mercado y que no sea controlado por el estado. Que sea un espacio para promocionar y hacer crecer productos ecológicos y locales, servicios realmente necesssaris por nuestro día a día y nuevos proyectos de autoempleo vinculados a estas necesidades reales. A largo plazo podría convertirse en otra sociedad fuera del control capitalista, con su propio sistema de seguridad y previsión social para garantizar las necesidades básicas de todos sus miembros en todo su recorrido vital.

Como objetivos más concretos a corto plazo:

*Reducir nuestros gastos en euros y ayudar a crecer a las monedas sociales de las ecoredes.

*Reducir el precio de los productos necesarios a través de las compras colectivas.

*Dar una salida de autoempleo digna e ilusionante a personas que están en paro.

*Facilitar una salida económica colectiva a las personas que se han hecho insolventes en relación a la banca y el estado.

Más allá de la economía y de cubrir necesidades, la propuesta de la cooperativa integral sería un marco idóneo para recuperar las relaciones sociales solidarias y las ideas de colectividad y de autogestión que nos ha quitado el sistema actual, basado en la propiedad, la acción individual y la competencia. Podría ser un espacio donde a partir de las relaciones iniciadas se podría aprender a autogestionar el aprendizaje, autogestionar la salud así como las necesidades emocionales y personales; una escuela para aprender a autogestionar nuestra vida desde la economía hasta la psicología, y donde podernos deseducar de todo lo que nuestra educación para ser competitivos hace que llevamos dentro. Participar en una cooperativa integral es apostar por una nueva forma de vida en que la cooperación sustituye a la competencia como máxima que guía nuestros actos.

Este proceso no fluirá sin obstáculos, tenemos sentimientos de desconfianza y materialistas muy interiorizados y será normal que cueste, pero es un proceso que ya resulta inaplazable ante el colapso del sistema actual y la falta de soluciones que ya están experimentando las personas que han quedado excluidas debido a esta crisis. ¿Como podría ser el futuro de esta sociedad hecha por y para nosotros?

Hasta ahora hemos hablado de "la economía de supervivencia", es decir, aquella que necesitamos mientras no podamos salir completamente del sistema capitalista que nos obliga a utilizar su moneda para pagar algunas de nuestras necesidades básicas. Ahora hablamos de la otra vertiente que en el fondo es lo más importante que la cooperativa puede potenciar, sobre todo a la larga.

En primer lugar, los criterios de estas relaciones económicas dentro de la cooperativa deberían ser diferenciando las necesidades básicas del resto de necesidades. La vivienda, la alimentación, la salud y la educación deberían defender desde los miembros de la cooperativa para todos sus miembros como un asunto de primera prioridad. En este sentido, la cooperativa intentaría funcionar como realmente debería hacer una "institución pública", es decir preocupándose por la vida digna de sus ciudadanos y guardando una provisión de recursos para garantizar las necesidades de sus miembros a largo plazo. Una vez que la cooperativa esté suficientemente en marcha y seamos lo hacen, crearemos un grupo de trabajo para investigar cómo poner en marcha un proyecto de "seguridad social" desde abajo del estilo del que estamos comentando

En segundo lugar, en los núcleos locales, se promovería una economía comunitaria o que también podemos llamar de reciprocidad espontánea, con la base de que las cosas no son de nadie sino de quien lo usa, hasta que ya no lo necesita. Un proyecto importante en promover dentro de esta cooperativa serían "las tiendas gratis", las cosateques y los almacenes colectivos, donde la gente lleve lo que no usa y se lleve lo que necesita. De esta manera iremos creando en nuestros ámbitos más cercanos a una economía colectivista, basada en que a través del común, podemos cubrir nuestras necesidades individuales más directamente ya menos coste del que lo haríamos si mantenemos una visión individualista de la satisfacción de necesidades. Un grupo de trabajo se encargará de dinamizar esta parte de economía sin dinero de la cooperativa integral y facilitar su puesta en marcha en los núcleos locales.

Para saber más: La Cooperativa Integral, qué es, por qué y como la ponemos en marcha

terça-feira, 7 de setembro de 2010

10 consejos para entrar en resistencia por el decrecimiento

Bruno Clémentin y Vincent Cheynet –  
 
1 - Liberarse de la televisión

Para entrar en el decrecimiento, la primera etapa es tomar conciencia de su influencia. El vector principal de influencia es la televisión. Nuestra primera elección será liberarse de ella. Como la sociedad de consumo reduce el ser humano a su dimensión económica - consumidor -, la televisión reduce la información a su superficie, la imagen. Medios de comunicación de la pasividad, por lo tanto de la sumisión, no deja de agredir al individuo. Por naturaleza, la televisión exige la rapidez, no soporta los discursos de fondo. La televisión es contaminante en su producción, en su uso y luego como residuo. Le oponemos de preferencia nuestra vida interior, la creación, aprender a tocar un instrumento de música, hacer e ir a ver espectáculos vivos… Para informarnos podemos elegir: la radio (sin publicidad), la lectura (sin publicidad), el teatro, el cine (sin publicidad), los encuentros, etc.

2 - Liberarse del automóvil

Más que un objeto, el automóvil es el símbolo de la sociedad de consumo. Reservado al 20%, los habitantes más ricos de la Tierra, conduce inexorablemente al suicidio ecológico por agotamiento de los recursos naturales (necesarios para su producción) o por sus contaminaciones múltiples que, entre otras cosas, genera el incremento del efecto invernadero. El automóvil causa guerras para el petróleo cuyo último en fecha es el conflicto iraquí. El automóvil tiene también por consecuencia una guerra social que produce una muerte todas las horas en Francia. El automóvil es una de las plagas ecológica y social de nuestro tiempo. Le oponemos de preferencia: el rechazo de la hipermovilidad, la voluntad de vivir cerca de su lugar de trabajo, la marcha a pie, la bicicleta, el tren, los transportes públicos.

3 - Negarse a coger el avión

Negarse a tomar el avión, es romper, en primer lugar, con la ideología dominante que considera como un derecho inalienable la utilización de este modo de transporte. Aunque, menos del 10% de los seres humanos han cogido alguna vez el avión. y menos del 1% lo coge una vez todos los años. Este 1%, la clase dominante, son los los ricos de los países ricos. Son ellos quienes tienen los medios de comunicación y fijan las normas sociales. El avión es el modo de transporte más contaminador por persona transportada. A causa de su gran velocidad, convierte en artificial nuestra relación a la distancia. Le oponemos y preferimos ir menos lejos, pero mejor, a pie, en carreta a caballo, a bicicleta o en tren, en velero, con todos los vehículos sin motor.

4 - Liberarse del teléfono móvil

El sistema genera necesidades que se convierten en dependencias. Lo que es artificial se vuelve natural. Como muchos objetos de la sociedad de consumo, el teléfono es una falsa necesidad creada artificialmente por la publicidad. “Con el móvil, Ud es movilizable en todo momento”. Con el portable tiraremos también los hornos microondas, las cortadoras a césped y todos los objetos inútiles de la sociedad de consumo. Le oponemos y preferimos el teléfono normal, el correo, la palabra, pero sobre todo, intentaremos existir por nosotros-mismos en lugar de pretender colmar un vacío existencial con objetos.

5 - Boicotear la gran distribución

La gran distribución es indisociable del automóvil. Deshumaniza el trabajo, contamina y desfigura los perímetros de las ciudades, mata los centros-ciudad, favorece la agricultura intensiva, centraliza el capital, etc. La lista de las plagas que representa es demasiado larga para ser enumerada aquí. Le oponemos y preferimos: ante todo consumir menos, la autoproducción alimentaria (huerta), también los comercios de proximidad, los mercados, las cooperativas, la artesanía. Eso nos conducirá también a consumir menos o a rechazar los productos manufacturados.

6 - Comer poca carne

O mejor, comer vegetariano. La condición reservada a los animales de ganadería revela la crueldad técnico-científico de nuestra civilización. La alimentación a base de carne es también una importante problemática ecológica. Es mejor comer directamente cereales que utilizar tierras agrícolas para alimentar animales destinados al matadero. Comer vegetariano o comer menos carne debe también desembocar en una mejor higiene alimentaria, menos rica en calorías.

7 - Consumir local

Cuando se compra un producto importado, se consume también el petróleo necesario para su transporte hacia nuestro país. Producir y consumir local es una de las condiciones principales para volver a entrar en el decrecimiento, no en un sentido egoísta, por supuesto, sino al contrario para que cada pueblo encuentre su capacidad de auto abastecerse. Por ejemplo, cuando un campesino africano cultiva habas de cacao para enriquecer a algunos dirigentes corrompidos, no cultiva de que alimentarse y alimentar su comunidad.

8 – Politizarse

La sociedad de consumo nos deja la elección: entre Pepsi-Cola y Coca-Cola o entre un producto de “comercio justo” y uno convencional. Nos deja la elección de consumidores. El mercado no es ni de derecha, ni del centro, ni de izquierda: impone su dictadura financiera teniendo por objetivo rechazar todo debate y todo conflicto de ideas. La realidad sería la economía: a los seres humanos el someterse a ello. Este totalitarismo se impone paradójicamente en nombre de la libertad consumir. El estatuto de consumidor se considera como superior al del ser humano. Preferiremos politizarnos, como persona, en las asociaciones, los partidos, para combatir la dictadura de las compañías. La democracia exige una conquista permanente. De lo contrario se muere cuando es abandonada por sus ciudadanos. Hoy es el momento de inhalarle las ideas del decrecimiento.

9 - Desarrollo personal

La sociedad de consumo necesita consumidores serviles y sometidos que no desean ya ser plenamente humanos. De este modo, éstos no pueden vivir sino gracias al embrutecimiento, por ejemplo, ante la televisión, los “ocios” o el consumo de neurolépticos (Proxac…). Al contrario, la disminución económica tiene por condición una expansión social y humana. Enriquecerse desarrollando su vida interior. Favorecer la calidad de la relación con sigo mismo y con los otros en detrimento de la voluntad de poseer objetos que le poseerán a su vez. Pretender vivir en paz, en armonía con la naturaleza, no ceder a su propia violencia, he aquí la verdadera fuerza.

10 – Coherencia

Las ideas están para ser vividas. Si no somos capaces de llevarlas a la práctica, sólo tendrán por función hacer vibrar nuestro ego. Vivimos todos en el compromiso, pero buscamos a tender a más coherencia. Es la clave de éxito de la credibilidad de nuestros discursos. Cambiemos y el mundo cambiará. Esta lista no es por supuesto exhaustiva. A ustedes el completarla. Pero si no pretendemos tender hacia esta búsqueda de coherencia, nos veremos reducidos a lamentarnos muy hipócritamente sobre las consecuencias de nuestro propio modo de vida. Obviamente, no es el modo de vida “puro” sobre la Tierra. Vivimos en el compromiso y es bueno así.
 

segunda-feira, 6 de setembro de 2010

Debt Compels Growth

Why the Numbers are Stacked Against Steady-State Policies

"If the American people ever allow private banks to control the issue of their currency, first by inflation, then by deflation, the banks and the corporations that will grow up around the banks will deprive the people of all property until their children wake-up homeless on the continent their fathers conquered." 

- Thomas Jefferson

Lesson number one, Economics 101:


Credit institutions make a living by charging interest on the money they lend you. It is not a gift---they lend it. And they want it back one day. But in the meantime you must pay a sum of money to rent it. How do you keep up your interest payments and pay back your balance-owing? By earning income. You get income from working for it, or you let your assets do your working for you and use the interest or rent they earn to pay off your loan.

How do you work for that income? You have a job, and jobs are less secure in a shrinking economy, as is rental, pension or other investment income. The return on stocks, bonds and other investment instruments require the same economic momentum that banks require to see their loans repaid. The vast majority of us are all, to one degree or another, “hooked” on growth. The growth-economy is like a dog forever chasing its tail, and with so many caught in the cycle, the growth lobby will always be irresistible. How many politicians will dare to retract the economy in the name of resource limits or ecological barriers that their advisors, the high priests of classic economics, will not acknowledge? No wonder the medieval church identified usury as a cardinal sin, the agent that could unravel a stable society where even merchants did not venture much beyond their accorded place.

Economic growth relies on debt to push all the players in a market economy toward behaviour that encourages growth. Debt after all, is essentially a claim made against future economic growth. No debt, no growth, and no income or durable assets to generate the income to service that debt. But is most important, the greater the debt, the greater the pressure to stimulate more growth. That being the case, you are invited to review a snapshot of the US economy, as it stood on Saturday, October 10th, 2009, almost a year go, at approximately 3:15 PM PDT. The figures were as they appeared on the “Debt Clock”, and in the instant the numbers were recorded, greater numbers replaced them with terrifying rapidity. A glance at the Debt Clock a day or even an hour after you last looked at it would make the data look quite dated.

Take a look at this:

GDP per person $34, 764
Debt per person $38,802

GDP per worker $ 76,792
Debt per taxpayer $118,000 (changing too quickly to record)

Private debt per person $54,247
Personal savings per adult $ 1, 996

Liabilities per citizen $349,180
Assets per citizen $237,178

In round numbers, these were the expenditures in 2008-9:

Military $618 billion
Social Security $499 billion
Subsidies $ 51 billion
Medicare/Medicaid $643 billion
Interest on the debt $369 billion
Sub-total appox. $ 2.5 trillion

Government bailouts $11.5 trillion

Little more than 11 months later, the Debt Clock has climbed about $2 trillion to $13.39 trillion at the end of August, and about $5 trillion more than it was five years ago. At this pace, the federal government will require $2 trillion in 2020 just to pay the interest. Since September 28, 2007 the national debt has grown by an average of $4.11 billion per day, and the per capita share of this debt has risen by $5330 from October 10th of 2009 to $43,332.28 as of August 31st, 2010. To this add $8100 of consumer debt per person, exclusive of debt secured by falling real estate assets, while credit card charges average $11,300 per cardholder. Some 13% of disposable income in America is now being spent on servicing mortgage obligations and consumer debt. No wonder one in four children rely on food stamps to survive.

Of course, debt burdens can be measured in several different ways, and the promise of continuing growth can be recruited to assuage undue concern. But debt to GDP ratios of greater than 90% or total external debt to GDP ratios over 60% can be cause for alarm.
When the world’s supreme economy cannot generate enough income to cover its debt obligations, it will be like a vortex that sucks the global economy down with it. The trillions thrown at consumers to ‘fix’ a system that is not broken but fatally flawed will not suffice in the long run to rescue it from the body-blow of rising fuel prices. And the kind of money needed to shift to renewable energy solutions dwarfs what has been spent or can ever be spent in the coming decade. The US government has shot its bolt, thrown most of the chips on the table. Expanding the money supply will be the last fatal gambit. It is through hyperinflation that interest on debt payments can be diminished when growth hits the brick wall of resource shortages. Expect foreign debt holders, currently clutching about $4 trillion in IOUs, to one day pull the plug completely, and then the real free-fall will begin in earnest. In retrospect, the current “downturn” will look like a peak, and the hope riding on this fake recovery will be likened to the brief relief Titanic passengers felt when the ship broke in two and for a short while leveled off.

Whatever fiscal rabbits they pull out of the hat, the brutal fact remains. Ours is an economy predicated on growth, but growth ultimately does not rely on imaginary wealth, but upon the supply of cheap energy, productive soil, accessible and abundant water and a resilient natural environment. Our economic system is locked into a fatal contradiction. While money grows remorselessly and exponentially by the rule of compound interest, the physical economy does not. As Dr. M. King Hubbert observed, “A reasonable co-existence between the monetary and physical systems is possible when both are growing at approximately the same rate. (That) has been happening since the industrial revolution but it is soon going to end because the amount the matter-energy system can grow is limited while money’s growth is not.” Real growth cannot keep pace with phantom growth because it will eventually collide with geologically imposed limits. Even liberals and socialists can’t win an argument with the laws of physics, so neither Keynesian prime-pumping nor a radical reversal of the Republican legacy of socialism for the rich will spare us of this fatal reckoning. If class barriers on the Titanic had been eliminated there still would have been a shortage of lifeboats.

This is not a liquidity crisis that can be avoided by printing more money or keeping interest rates on the floor, because real wealth does not come out of a printing press. Instead it must ultimately derive from the use of energy to transform physical objects subject to the laws of entropy. Nate Hagens, the editor of “Oil Drum” put it plainly, “If you go from using a 20-1 energy return fuel down to a 3-1 fuel, economic collapse is guaranteed.”

As the Romans discovered in the last century of their crumbling empire, money is a fiction, not an elixir. People will stop believing in it when they come face to face with a reality that can’t be fooled by confidence tricks and greenwash. When that realization hits, my hope is that they will look for scapegoats, and find them in the financial industry, the universities, the think tanks, the journalism schools, parliament, the media, and last but not least, the offices of environmental NGOs who have accepted donations from banks in return for their accommodation to growth. The promotion of debt must be regarded as a white collar crime of epic proportions which flourishes by custom and want of scrutiny. Jefferson was right about banks being more dangerous to our liberties than standing armies.<!-- , their silent partners and witnesses must be held equally accountable.Let them be hung from the lamp-posts as Mussolini was, like a slab of meat on a hook in an abattoir, as befits liars and collaborators. With apologies to Diderot, I would not rest content until the last politician or banker is strangled by the entrails of the last environmentalist on the take---too busy sucking on corporate tits to alert us to the perils ahead, trying to “manage” growth rather than stop it.-->

Tim Murray
September 2, 2010

Source: http://candobetter.org/node/2168